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¿Existe la histeria masculina?

No habríamos planteado esta pregunta antes de la llegada de las psicosis ordinarias a nuestra clínica. Las cosas mucho han cambiado desde entonces. Una nueva lente de aumento nos permite observar lo que no hace mucho nos pasaba inadvertido.

El parentesco entre las neurosis traumáticas -disparadas por los estragos de la Gran Guerra- y la histeria masculina, fue un punto de partida de Freud en los ya remotos orígenes de su descubrimiento. Con el caso de Augusto P., diagnosticado de histeria traumática, Freud pretendió convencer a sus colegas de la Sociedad de Medicina de Viena en 1886 de la existencia de histerias masculinas, pero no hizo de éstas sin embargo un tipo clínico propiamente dicho. Y sí tomó sus casos: uno de la literatura —el escritor ruso más loado por Freud—, el otro de la demonología.

El secreto de la melancolía del pintor Haitzmann y de Dostoievski, es el título que encabeza un capítulo del excelente libro de Vilma Coccoz, Freud. Un despertar de la Humanidad[1]. Con minuciosa precisión clínica demuestra allí la melancolía que los dos artistas, separados por tres siglos, sufren, el uno por incapaz de trabajar en su arte, el otro por sus ataques epilépticos, exteriorización de su identificación a un muerto. No entro en detalles, remito a su lectura, salvo adelantar que queda probado con el arsenal clínico del último Lacan mediante, la forma que en cada uno de los dos artistas experimenta el pesar melancólico, preñado de culpabilidad y del tormento por el autocastigo.

Lacan por su parte, y en la misma estela, tilda de histéricos a célebres figuras de la filosofía. A Sócrates, “por decir que sólo entiende algo en materia del deseo”[2], porque sabe que no reside en él lo que ama Alcibíades, que sólo el vacío habita en el ombligo del saber. A Hegel, tachado por Lacan como el más sublime de los histéricos, porque si la conciencia en su devenir dialéctico persigue la verdad, ésta se le hurta en los pliegues del camino, ya que la verdad es lo que al saber le falta para alcanzar su completud. Conciencia inevitablemente histerizada, pues.

 

¿Qué nos enseña la clínica?

¿Cuántas veces refiere Lacan casos de histeria masculina? Una, que yo recuerde. Un caso de la literatura analítica de los años veinte, que encontrarán en el capítulo XII del Seminario III: “La pregunta histérica”[3].

“¿Soy hombre o mujer?” es la pregunta. “To be or not to be”, añade Lacan citando a Hamlet, porque dicha pregunta concierne al ser. Y lo ilustra con “una vieja observación de histeria traumática, sin huella alguna de elementos alucinatorios”[4]. El caso lo toma de un texto de 1921 de Joseph Hasler, psicólogo de la escuela de Budapest que trató a este hombre en la época de las grandes neurosis traumáticas causadas por la guerra.

El sujeto en cuestión es un húngaro protestante de treinta y tres años que procede de una familia campesina y que dejó el campo al final de la adolescencia para ir a la ciudad. Allí fue primero panadero, luego trabajó en un laboratorio químico, y por fin se hizo guarda de tranvía.

Resumo el relato de Lacan. Un día bajando del vehículo tropieza, cae al suelo, y es arrastrado por el tranvía. Lo llevan al hospital y lo examinan con múltiples radiografías —este es un punto clave en la viñeta— aunque están seguros de que no tiene nada. Luego le aparece un fuerte dolor a la altura de la primera costilla que se va difundiendo progresivamente. Las molestias se agravan con el tiempo hasta llegar a producirle pérdidas de conocimiento. “Lo examinan nuevamente de punta a punta. No encuentran absolutamente nada. Se piensa en una histeria traumática y lo envían a nuestro autor, quien lo analiza”[5].

Quien lo analiza es Hasler, perteneciente a la primera generación analítica. Y pese a que Lacan le reconoce una actitud rigurosa y de una gran frescura al explorar los fenómenos que aquejan al sujeto, su observación participa ya del inicio de ese viraje que sufre la práctica analítica en los años veinte hacia la psicología del Yo y el análisis de las resistencias. Hasler parece más preocupado por el Yo que por el inconsciente, poniendo su atención fundamentalmente en los comportamientos del sujeto.

La transferencia va tomando tintes persecutorios. Desde la segunda sesión mira al analista como si se tratara de un monstruo inesperado y enigmático. “Una vez, en particular, el sujeto se endereza repentinamente, para caer en sentido contrario, la nariz contra el diván, ofreciendo al analista sus piernas colgantes en un cuadro cuya significación anal no escapa al analista”[6].

Pero en su vida social este sujeto parece bien adaptado, observa Lacan. Sindicalista militante con dotes carismáticas, se hace respetar por sus camaradas. Hasler señala que todos sus papeles están bien ordenados, y en ello cree encontrar los rasgos de un carácter anal. Al parecer le interpreta sus tendencias homosexualizantes, pero esto lo deja frío, según Lacan. Porque el tipo se pone boca abajo con las piernas colgando Hasler interpreta la homosexualidad. Como su punto de mira son los comportamientos, yerra el tiro. “Existe ahí el mismo tope que encontraba Freud con el hombre de los lobos años antes”, — ¡interesante! justamente aquí Lacan asocia con el hombre de los lobos—, “y cuya clave completa no nos da en su caso, pues su investigación tenía entonces otro objeto”[7].

El desencadenamiento de la neurosis en su aspecto sintomático es respuesta a un trauma, pero este no parece haber sido el accidente con el tranvía, sino las pruebas radiológicas, el haber estado expuesto a la mirada. Las crisis van en aumento después de las pruebas y Lacan las vincula con un fantasma de embarazo, que traduce en una pregunta del sujeto: ¿Soy o no capaz de procrear?

“En la medida en que esta pregunta en tanto simbólica fue despertada, y no reactivada en tanto imaginaria, se desencadenó la descompensación de su neurosis y se organizaron sus síntomas[8]. (…) Esta clave no se basta a sí misma. Se confirma a partir de elementos de su vida pasada que conservan para el sujeto todo su relieve”[9].

Llegamos al punto que quiero destacar. Una escena de su infancia en la que sorprendió a una mujer de su vecindario en pleno trabajo de parto, cuyo desenlace fue la intervención del médico al que sorprendió en el corredor de la casa con los trozos ensangrentados del niño entre sus manos. Éste es el trauma de la infancia, haber visto a esa mujer parturienta y al niño muerto que sacan en pedazos.

Lacan da por bueno el diagnóstico de histeria que Hasler adosa al relato del caso, pero le cuestiona no haber percibido que éste era el material que el sujeto utiliza para expresar su pregunta: ¿Quién soy?, ¿un hombre o una mujer? ¿Soy capaz de engendrar?

Nunca he leído, salvo en este pasaje del Seminario III, que la pregunta histérica fuese ¿Soy capaz de procrear? Lacan se propone hacer aquí la distinción entre volverse mujer, como es para Schreber llegar a ser La Mujer de Dios, y la pregunta histérica ¿qué es ser una mujer? Y en el camino de su argumentación se acuerda precisamente del hombre de los lobos e introduce una cuestión que no parece tener que ver con la histeria. En este contapunto encuentra una semejanza entre el húngaro y el presidente, a partir de un fantasma de embarazo y procreación que cree encontrar en ambos, pues en su delirio Schreber tenía el propósito de engendrar una nueva raza de seres humanos de espíritu schreberiano.

Continúa en esta línea: “Toda la vida del sujeto se reordena en su perspectiva cuando se tiene esta clave. Se habla, por ejemplo, de sus preocupaciones anales. ¿Pero en torno a qué gira su interés por sus excrementos? En torno a saber si puede haber en los excrementos carozos de frutas capaces todavía de crecer una vez plantados”[10]. El tema de la procreación está efectivamente presente en el sujeto, pero, ¿se trata de una histeria masculina?

“El sujeto tiene una gran ambición, — ¿no podría ser ésta su solución sintomática?—, dedicarse a la cría de gallinas y muy especialmente al comercio de huevos — efectivamente, él parece ser la gallina que procrea—. Se interesa en todo tipo de cuestiones de botánica centradas en torno a la germinación.” Un analista lacaniano de hoy estaría muy atento a este interés del sujeto por la manera en que germinan las semillas. Lacan infiere que el sujeto está identificado a la mujer parturienta, ¿no será que su identificación es al niño despedazado? Lo decimos a más de sesenta años de este Seminario del que tanto hemos aprendido.

“Puede incluso decirse que toda una serie de accidentes que le ocurrieron en su profesión de conductor de tranvías están ligados a la fragmentación del niño de la que fue testigo”[11]. Lacan reconoce aquí la importancia del niño fragmentado. “Éste no es el origen último de la pregunta del sujeto, pero es particularmente expresivo”[12]. O sea que toma nota de este dato.

Continúa: “Terminemos por donde empezamos, el último accidente. Cae del tranvía que se ha vuelto para él un aparato significativo, cae, se pare a sí mismo. El tema único del fantasma de embarazo domina, pero ¿en tanto qué? (…) En tanto que significante —el contexto lo muestra— de la pregunta de su integración a la función viril, a la función de padre. Puede señalarse que se las arregló para casarse con una mujer que ya tenía un hijo, y con la cual sólo pudo tener relaciones insuficientes[13]. O sea que él mismo no fue padre, se las arregló para no ser padre[14].

¿Psicosis ordinaria, hoy? Y nuevamente, ¿existe la histeria masculina?, ¿hasta dónde se han desbaratado las antiguas categorías clínicas? Es lo que este caso ha puesto en primer plano al sugerirme esta pregunta.

 

[1] Coccoz, V., Freud. Un despertar de la Humanidad, Editorial Gredos. Barcelona 2017.

[2] Lacan, J. “Radiofonía”. Otros Escritos. Ed. Paidós. Buenos Aires, Barcelona Méjico, 2012, p.460.

[3] Lacan, J. Seminario III Las Psicosis. Ed. Paidós. Buenos Aires, Barcelona, México. 10ª reimpresión. 1998, p.229.

[4] Ibidem., p.239.

[5] Ibidem., p.240.

[6] Ibidem., p.241.

[7] Ibidem., p.241.

[8] Ibidem., p.242.

[9] Ibidem., p.243

[10] Ibidem., p.243.

[11] Ibidem., p.244.

[12] Ibidem., p.244.

[13] Ibidem., p.244.

[14] Encontrarán este caso ampliamente desarrollado en Cinco conferencias sobre Psicosis Ordinaria, libro de mi autoría de próxima aparición en editorial Grama. Buenos Aires. 2017.