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Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia

La psicosis ordinaria no data de ayer, este término se abre camino en la ciudad analítica desde 1998, año en que Jacques-Alain Miller lo inventó y lo puso en circulación[1]. Cuando se realice el XI Congreso de la AMP en 2018, la psicosis ordinaria habrá cumplido pues veinte años. Buen momento para recapitular: qué han aprendido con ella los psicoanalistas, qué usos le han dado y cuáles aún podrían encontrarle.

El buen momento lo indica también el entusiasmo con el que ha sido recibido el tema propuesto para el Congreso. Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia tiene la virtud de interpretar, de interpelar al menos, algo vivo de la clínica psicoanalítica actual. Lo vivo, trozo de real con que la experiencia analítica no deja de encontrarse. Seguir en la brecha abierta por la enseñanza de Lacan, la última y la otra, es no sustraerse a este real, propiamente analítico. El Congreso de Río lo abordó a partir del inconsciente y el misterio del cuerpo hablante, el de Barcelona lo continuará bordeando valiéndose esta vez de las psicosis ordinarias.

Clínica estructural, clínica del sinthome
Durante una época, el psicoanálisis se sostuvo en la solidez de una clínica estructural que permitía distribuir los casos entre dos campos diferenciados: la neurosis y la psicosis. Dejando a un lado la perversión, el corte de esta clínica estructural era neto; la presencia o ausencia del significante del Nombre del Padre en el lugar del Otro[2] repartía las aguas: a un lado los unos, al otro lado los otros. La primacía de lo simbólico otorgaba al significante la potestad de la diferencia y del ordenamiento.

Con esta clínica del significante, binaria y discontinua, Lacan ordenó el campo analítico dejado por Freud llevando el Edipo freudiano al Nombre del Padre lacaniano. Más adelante el psicoanálisis amplió su bagaje con lo que Jacques-Alain Miller, en la Conferencia de Río, destacó como inconsciente de pura lógica[3], con la lógica del fantasma y el objeto pequeño a, instrumentos de los que desde entonces la clínica ya no sabría prescindir porque permiten establecer el campo del sujeto y orientarse en sus modos de gozar. Con esta clínica se formaron varias generaciones de psicoanalistas en el Campo freudiano y más allá. Pero este Lacan, estructuralista y lógico, fundamentado en la prevalencia de lo simbólico sobre lo imaginario y lo real, no constituye su última palabra. Hay más Lacan.

En su camino hacia lo real Lacan se encontró con que no todo el goce se deja negativizar por la significación fálica. El psicoanálisis tenía que soltarse de la mano del padre como único operador para responder a los desafíos de una praxis que tiene que “hacerle la contra” a lo real[4]. Con la pluralización de los Nombres del Padre, primero, y con la consideración de las soluciones singulares abierta con Joyce[5] después, la función del Nombre del Padre perdía su exclusividad como tratamiento del goce y debía ser incluido, bien a título de semblante, bien a título de síntoma, en una perspectiva más amplia. Una perspectiva que desbordaba la estructura binaria y donde el poder limitador del orden simbólico sobre lo real del goce quedaba, literalmente, en entre-dicho.

No se pasa de la estructura a los nudos de un solo salto. Los momentos de la enseñanza de Lacan están tendidos con un hilo cuya lógica ha articulado el trabajo minucioso de Jacques-Alain Miller en los cursos de La orientación lacaniana. Aquí abreviaremos: los impasses del goce femenino, desplegados en Aún[6], empujan a Lacan a tomar la mano de Joyce abriendo su última y su ultimísima enseñanza. Con ellas se rediseña el punto de partida: de ahí en más la neurosis se leerá desde la psicosis y no al revés.

La forclusión entonces se generaliza: forclusión del significante de La/mujer para todo ser hablante, forclusión restringida del significante del Nombre del Padre para la psicosis. Si a cada uno su forclusión, a cada uno su solución; o mejor dicho su tratamiento, porque solución no la hay. Lo que hay es la clínica del sinthome generalizado. De aquí la ironía de Lacan: “todo el mundo es loco, es decir, delirante”[7], lo cual no significa que seamos todos psicóticos sino que “todos nuestros discursos son una defensa contra lo real”[8]. Esto quiere decir que tomar como guía la singularidad de respuestas sinthomáticas no exime de precisar la diferencia entre neurosis y psicosis.

La clínica del sinthome, la de la gradación y la singularidad, no anula la anterior. Entre la clínica de las estructuras y la de los nudos no hay oposición: se trata de hacer fructífera esta tensión. La singularidad de las invenciones subjetivas llama a una clínica instrumental y flexible que hoy por hoy se encuentra –hay que reconocerlo- en una etapa de balbuceo. Es esta clínica la que, como dice Jacques-Alain Miller del parlêtre, aprendemos a decir[9]. Es una elección ética.

El título del Congreso produce una inversión que nos sirve de guía. Con él se constata que las psicosis ordinarias han pasado delante, que es donde se encuentran: delante de los practicantes, en la experiencia de todos los días. Pero si las otras psicosis ya no son el referente único para pensar el campo de la locura, no podemos prescindir de ellas. En De una cuestión preliminar… se encuentran los cimientos del caso Joyce[10].

Este es el campo de investigación que se abre como consecuencia de haber puesto en primer plano el goce y sus tratamientos singulares, lo que conlleva tener que reconsiderar, con el resorte de las psicosis ordinarias, la perspectiva general sobre la clínica.

Psicosis ordinarias
Antes de ser resorte, las psicosis ordinarias se presentaron como una zona de sombra. Acompañando la declinación del Nombre del Padre y la ascensión del objeto a al cenit de la civilización, en la práctica analítica se constataba un aumento de casos en los que no se encontraban los elementos precisos y concluyentes de una neurosis[11]. Casos raros que no parecían entrar ni en una ni en otra de las categorías de la clínica binaria. Estos casos, que fueron primeramente considerados “inclasificables de la clínica psicoanalítica”[12], poblaban la zona de frontera del binario estructural, ensanchándola. Una zona en sombra que Jacques-Alain Miller –a diferencia de la categoría de estado límite o borderline utilizada en la IPA- empezó a iluminar con el término de “psicosis ordinaria”, abriéndola a la investigación.

La psicosis ordinaria no es pues una nueva categoría clínica sino un aparato epistémico suplementario. Las psicosis ordinarias, de entrada, no se dejan circunscribir, se las puede encontrar en todas partes, incluso donde menos se las espera. Pero ellas no están en tierra de nadie, son psicosis. Y al situarlas en este campo todo el conjunto resulta interrogado.

Conviene aclarar que las psicosis ordinarias no disuelven el campo de la neurosis sino que de algún modo lo resuelven, ya que desprenden a la neurosis de cualquier supuesta equivalencia con la idea de “normalidad”. La idea de normalidad ya no resulta sostenible cuando la norma fálica ha perdido la hegemonía de su tradición al encontrarse incluida como una más entre otras soluciones para orientar el goce. Así el predicado segregativo, que nunca pudo ampararse de Lacan, los normales son los neuróticos, los otros son psicóticos no resulta sostenible desde ningún punto de vista.

Las psicosis ordinarias permiten ampliar el abanico de soluciones posibles para el agujero forclusivo. En las psicosis extraordinarias encontramos la reparación del agujero en forma de metáfora delirante cuando éste ya se ha manifestado desencadenándose como real que irrumpe, mientras que en las psicosis ordinarias las modalidades de reparación se multiplican y diversifican al ser tomadas en su rareza, con sus pequeñas invenciones, en su radical singularidad. Lo que tienen en común estas soluciones singulares es la posibilidad de una auto-reparación del agujero que impide o difiriere su estallido manifiesto. Ordinarias o extraordinarias, lo que encontramos siempre son los índices de “un agujero, una desviación o desconexión que se perpetúa”[13].

Estos índices del agujero de la forclusión pueden ser aparatosos, explosivos, extraordinarios, en cuyo caso no son difíciles de reconocer por el sujeto y su entorno. Pero también pueden ser discretos, sutiles, de manera que fácilmente pasan desapercibidos para el sujeto mismo, para su entorno y sobre todo para el clínico. Sólo bajo transferencia estos signos discretos pueden ser localizados como tales.

El desencadenamiento de una psicosis, en la clínica estructural, es efecto del mal encuentro con Un-padre que aparece en oposición simbólica para el sujeto[14], lo que provoca un desencadenamiento del significante en lo real[15]. Mientras que los llamados neodesencadenamientos[16] son aquellos que se localizan a partir de algunos puntos de fuga que indican pequeños desenganches del Otro que producen una deslocalización del goce. El desencadenamiento, neo- o franco, resulta entonces crucial como índice del agujero forclusivo que caracteriza toda psicosis. Jacques-Alain Miller en un texto que será imprescindible para orientar los trabajos del Congreso, propone tres externalidades para ordenar esta cuestión: la externalidad social, la corporal y la subjetiva[17].

Allí se puede leer que lo que buscamos captar con la psicosis ordinaria es lo que Lacan llama “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”[18]. Este desorden, verdadero índice diagnóstico, afecta al sentimiento de la vida en tanto efecto de la no inscripción de la significación fálica. En las psicosis desencadenadas este desorden es evidente, pero ¿y en las psicosis ordinarias? Es esto lo que, bajo transferencia, un psicoanalista puede captar a partir de la presencia de algunos signos discretos. Bajo transferencia significa gracias a, siendo la transferencia lo que permite situarlos, pero también dentro de, es decir que se captan en la relación analítica. Se trata de una clínica fina, tejida de sutileza, que tiene en cuenta la tonalidad y la gradación, orientada a encontrar los efectos de la forclusión.

Bajo transferencia
Bajo transferencia se realiza la clínica psicoanalítica, en la neurosis y en la psicosis, lo que requiere la presencia y el acto del analista.

En la primera parte de su enseñanza, la posición que Lacan propone para el analista en las psicosis es la de secretario del alienado[19]. En primer lugar al psicoanalista le conviene escuchar quién habla, puesto que el mensaje del psicótico proviene de una palabra más allá del sujeto[20]. Pero este secretario no se limita a tomar acta ya que debe procurar parar la metonimia infinita, así como evitar el mal encuentro del psicótico con su Otro maligno. Por otra parte, se trata también de alentar la pesquisa del arreglo que sostuvo al sujeto hasta la irrupción del agujero, para remendar esa suplencia y, si es posible, ayudar a construir una versión más consistente.

En las psicosis ordinarias el agujero se manifiesta sólo discretamente. La eficacia de un sinthome como defensa parece innegable. Por eso el trabajo analítico consiste más bien en invitar al sujeto al despliegue de lo que hace problema para localizar allí, con él, elementos que pueden hacer de grapa que anude las tres consistencias, para que se destaquen como puntos de capitón y adquieran relieve. Se trata de que estos elementos obtengan la mayor disponibilidad posible para el psicótico, fomentando su uso y acompañándolo en la puesta a punto de su pragmática. Trayecto en el que será importante cernir también los acontecimientos de cuerpo.

Bajo transferencia significa elegir una opción sin coartadas. Bordear el agujero de saber que sostiene una experiencia analítica significa optar por someter la práctica de todos los días a una determinada orientación. Por esto como analistas no podemos ser eclécticos, ni terapeutas, ni (re)educadores: solamente podemos practicar el psicoanálisis tratando el goce del parlêtre por l’apparole, buscando que una existencia sea posible no sin las vías de algún deseo. Seguir a Lacan en la orientación lacaniana es un acto de transferencia, y como tal un acto de amor.

Cada congreso constituye entonces una ocasión para que la Escuela Una tome contacto con ella misma, un momento de intimidad no exento de alegría. Es un momento para dejarse atrapar por el deseo de hacer Uno con lo múltiple que hizo surgir una asociación mundial; un deseo que encuentra en los congresos ocasión de revitalizarse, a contracorriente de la pulsión de muerte que no necesita renovación porque está siempre activa.

El pase acompaña y nuclea cada Congreso, no solamente para que los miembros de la AMP conozcan su momento actual y sus perspectivas, sino también para que cada congresista pueda ser tocado, alcanzado, por lo que cada AE transmite de la experiencia de un análisis y de su final, obteniendo efectos de formación en relación con el tema propuesto. En el XI Congreso seguiremos aprendiendo lo que el pase enseña sobre el anudamiento con el que un parlêtre se sostiene, la singularidad de las soluciones encontradas, e incluso su labilidad.

Lo que nos interesa examinar son las maneras en que un sujeto inventa un nudo con lo imaginario, lo simbólico y lo real que se sostenga sin el auxilio del Nombre del Padre, bien sea por su no inscripción radical, bien sea por haberlo captado en su ser de semblante.

Pase y psicosis no se podrían pensar sin la invención ya que ella acompaña –tanto como la angustia- el transitar la zona más allá del padre, aunque no más allá del sinthome que es donde un real analítico puede ser captado.

[1] J.-A. Miller y otros, La psicosis ordinaria, Colección ICBA/Paidós, Buenos Aires, 2003.

[2] J. Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Siglo XXI editores, p. 556.

[3] J.-A. Miller, “Habeas Corpus. De Río a Barcelona”, El psicoanálisis nº 29, Madrid 2016, p. 9.

[4] J. Lacan, “La tercera”, Intervenciones y textos 2, ed. Manantial, p. 87.

[5] J. Lacan, El sinthome, Seminario 23, ed. Paidós, Buenos Aires.

[6] J. Lacan, Aún, Seminario 20, ed. Paidós, Buenos Aires.

[7] J. Lacan, “¡Lacan por Vincennes!”, Lacaniana nº 11, Grama ediciones, Buenos Aires, 2011, p. 7.

[8] J.-A. Miller, “Ironía”, Uno por Uno nº 34, Eolia, Barcelona, 1993.

[9] J.-A. Miller, “El inconsciente y el cuerpo hablante”, Scilicet, Buenos Aires, Grama ediciones, 2015, p. 28.

[10] Orientación dada por Jacques-Alain Miller en un intercambio de correos en ocasión de la elección del título del Congreso.

[11] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Freudiana nº 58, Barcelona, 2010, p. 16.

[12] J.-A. Miller y otros, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, ICBA/Paidós, Buenos Aires, 1999.

[13] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Op cit, p. 26.

[14] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op cit, p.558.

[15] Ibid, p. 564.

[16] J.-A. Miller y otros, La psicosis ordinariaOp cit.

[17] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Op cit, p. 17-21.

[18] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op cit, p. 540.

[19] J. Lacan, Las Psicosis, Seminario 3, Paidós, 1984, Buenos Aires, p. 295-305.

[20] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op cit, p. 556.