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La psicosis no es un simple hecho de lenguaje

Ya en el inicio de su Seminario III: Las psicosis leemos la fundamentación que Lacan va desarrollando para postular que el mecanismo de formación de síntomas psicóticos difiere de lo que se ve en las neurosis. Él apunta que, en estas últimas, se trata de un juego de malabares que ocupa esencialmente una Bejahung primordial que permite la Verneinung (represión) en sus tres tiempos. Y que un mecanismo más poderoso debería operar en las psicosis. Al menos en las paranoias que son objeto de sus investigaciones en su Seminario de 1955-1956. Y aquí él rescata la Verwerfung, término utilizado por Freud en diferentes contextos, para postular que en función de este, lo que fue rechazado, lo que fue dejado fuera de la simbolización, retorna en los síntomas alucinatorios y, por lo tanto, fuera del registro simbólico. El retorno de lo rechazado en lo simbólico se da en lo real. Y luego él va a denominar este mecanismo con el término forclusión.

Así es. Sin embargo, más exactamente en su Lección del 14 de diciembre de 1955, hay una categórica afirmación de Lacan, destacada por Miller en los epígrafes de la misma, que no cesa de no inscribirse en mis lecturas.

Lacan viene diciendo que ya no desconoce la importancia de la palabra en la estructuración de los síntomas psiconeuróticos, forma por la cual Freud designaba las neurosis y las psicosis. Teniendo como pre-planteado su entendimiento de que el (primer) inconsciente lacaniano se estructuraba como un lenguaje, ahora él se ve en condiciones de avanzar en las consecuencias de este axioma hasta el territorio de las psicosis. Para decir: “No decimos que la psicosis tiene la misma etiología que la neurosis, tampoco decimos, ni mucho menos, que al igual que la neurosis es un puro y simple hecho de lenguaje”. (Lacan, 1955)i

La exégesis de esta afirmación me cuesta mucho. Si la psicosis en 1955 no es un puro y simple hecho de lenguaje, ¿qué es entonces? ¿Esto correspondería a que Lacan dice más de lo que suponía decir, que preveía la dimensión de Real en lo que esta permitirá, mucho más tarde, concebir los acontecimientos del cuerpo?

Esta lectura nunca me convenció del todo. ¿Cuál es el enunciado más allá de esta enunciación, que viene, nada menos, que del autor de “Acerca de la causalidad psíquica”?

Seamos sensatos. ¿Cuántos de nosotros, psicoanalistas que practicamos una clínica extensa con psicóticos, no indicamos un buen uso de medicaciones que mejor permiten la dirección de nuestra cura? A tal punto que Miller ha postulado un subtipo de psicosis: las psicosis medicadas.

El psicoanálisis ha sufrido severos ataques, que ponen en peligro su supervivencia en nuestros tiempos. Hay toda una reacción que la AMP preconiza y que, nosotros, los trabajadores decididos, nos arremangamos las mangas hasta el punto de casi alzarnos en armas. Y leemos por ahí críticas llenas de odio que suscitamos, pero también inmersas en la pasión de ignorar lo que de hecho se trata en un psicoanálisis.

Pienso que no debemos ser llevados por las mismas pasiones cuando criticamos, para el bien de nuestro duro deseo de durar. Tomo un ejemplo que mi singularidad me permite ofrecer. Yo estudié y publiqué, de manera profunda me atrevo a decir, las correlaciones de los síntomas psicóticos a través de exámenes de neuroimagen funcional.

No es totalmente sin miedo que revelo esto a la comunidad analítica, donde albergo todo mi deseo. Estudié con grandes neurocientíficos, a tal punto de afirmar, con absoluta seguridad, que ninguno de esos grandes va a afirmar que la causa de la psicosis reposa en las revelaciones en aquellas imágenes todas coloridas. Se habla de correlación, no de etiología. Sí, la neurociencia también es muy distorsionada y difamada por los efectos del capitalismo y en su reducción a las tecnologías. Sepamos criticar la neurociencia sin las mismas pasiones de las que somos víctimas por aquellos que nos denigran.

Siempre oí de mis pares: en aquel tiempo te quedabas estudiando esas tonterías coloridas, donde todo queda reducido a lo imaginario. Y yo siempre me callé. Pero en esta pieza suelta resolví arriesgarme y decir que, como entiendo de esto, conozco exactamente los impases epistémicos donde debemos alzar nuestras críticas.

Para concluir, yo les pregunto: cuando sacamos una foto, ¿estamos reducidos al puro registro imaginario? ¿O la fotografía tiene, también, un amarre entre real, simbólico e imaginario?

iLacan, J. El Seminario, Libro 3: Las psicosis (1955 – 1956), Paidós, Buenos Aires, p.75.