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Marie de la Trinité: desde el abismo más allá de la angustia

“Marie de la Trinité acaba de entrar entre las grandes referencias del psicoanálisis. [Su] estrellato […] está en marcha, nada lo detendrá, y su estrella formará una constelación con la de Jacques Lacan”. Así de rotunda es la conclusión de Jacques-Alain Miller en “Astres obscurs, hydres étoilées” (Élucidation 8/9, 2003).

En efecto, el encuentro de Paule Mulatier con Lacan –con quien llevó a cabo un análisis a lo largo de más de tres años– quedará para siempre ligado al interés de este último por la mística. Por otra parte, el suyo es un caso muy bien documentado de la clínica de Lacan y una muestra inequívoca del deseo decidido que lo llevó a no retroceder, como otros habían hecho, ante una mujer que se las tenía con el mismo Dios.

Nadie como Marie, por otra parte, para formar parte de un elenco de los heridos por la letra (lletraferits), ya que la relación que ella tuvo con la escritura fue fundamental. Escritura que en su caso –por distintos motivos– forma una pareja indisoluble con el sufrimiento. Lo cual no impide, al contrario, que esté ligada a un goce intenso, el de la unión con Dios Padre.

De entrada, porque para ella escribir es nada menos que un imperativo divino, expresado inequívocamente como una exigencia: “Mira lo que te muestro y escríbelo”. Pero, además, esta misma fórmula condensa la imposibilidad a la que su tarea se enfrenta, la propia de la brecha entre la palabra de Dios revelada, lo que esta misma palabra le mostraba y la necesidad de escribirlo. Quizás por eso Marie compara su tarea con la del pintor: “plasmaba la luz que brillaba dentro y escribía directamente, sin construir nada por propia iniciativa, escribía palabras y frases, como un pintor intenta pintar lo que ve, aunque sepa que es imposible”. No es extraño, entonces, que sus palabras escritas sean percibidas por ella como siempre insuficientes y discordantes.

La escritura de Marie adquiere enseguida otra dimensión, la de un testimonio necesario, dirigido a un otro –su confesor– con el que se defiende de lo excesivo, lo inaudito del amor divino, amor que ella insiste en no haber solicitado, y que le hace sentir “el intenso dolor de no ser más que una pobre pequeña naturaleza humana”.

Finalmente, la experiencia de una angustia sin límite rompe todas las amarras. Rozando la locura, como ella misma dice, Marie emprende un camino largo y sinuoso en busca de un interlocutor a la altura. Lo encontrará en un Lacan que enseguida, más allá de puesta en juego de la palabra analizante en presencia del analista, situará la escritura como un medio necesario para tratar el real en juego.

Es pues de un encargo expreso del analista que resulta el extraordinario relato “De la angustia a la paz”, narración de un viaje al abismo que hubiera podido ser sin retorno –tal es la impresión que a cada momento nos da su lectura. La lucidez, la precisión con la que Marie describe el punto donde la juntura entre cuerpo y alma está cerca de romperse sin remedio, dan lugar a un testimonio único, sin velos de ninguna clase, sobrecogedor, que nos habla más allá incluso del límite de la angustia. El destino que la acecha es la podredumbre, a la que el sujeto está tentado de entregarse “de acuerdo con una concatenación lógica a la que […] no tenía nada que objetar”.

Finalmente, será esta misma escritura, dirigida al analista, el primer paso para un resurgir del sujeto de sus cenizas, casi sin vida, para emprender el largo viaje que ella llamará su “reeducación”.

La muy reciente publicación de De la angustia a la paz (NED ediciones, Barcelona 2018) es una excelente ocasión para acompañar a esta mujer, testigo privilegiado de una experiencia singular en los márgenes de la locura.