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Freud y la psicosis ordinaria o la hermosa multiplicidad del suceder psíquico*

Encontramos en la obra de Freud una oscilación constante entre, por una parte, declaraciones manifiestamente reacias a alentar las pretensiones de tratamiento hasta no encontrar otro plan terapéutico que el implementado en la cura de las neurosis, como cuando se refiere a “la radical inaccesibilidad de las psicosis”[2] y, por otra, signos inequívocos de un impulso decidido a explorar esa clínica, anticipando un beneficio epistémico respecto de la naturaleza humana: “Al apartarse del mundo exterior, ellos [los psicóticos] saben más de la realidad psíquica interior y pueden descubrirnos cosas de otro modo inaccesibles.”[3]Años después dirá que los impenetrables enigmas de las psicosis comenzaron a ser dilucidados gracias al saber psicoanalítico al tiempo que se imponía la comprobación “de la unidad y homogeneidad de todas las perturbaciones que se nos muestran como fenómenos psicóticos y neuróticos…”[4]

Entendemos que la unidad del campo psicoanalítico a la que se refiere Freud es la que hoy nombramos como la clínica de la singularidad del parlêtre o la clínica del sinthome, en la que prima la falla, la alteración que el parásito del lenguaje introduce en la existencia de cada uno, también en los llamados enfermos mentales. Ellos, dice Freud, también son estructuras, agrietadas y rotas. Y lo que justifica nuestra intervención, retomando sus palabras, es que “Allí donde se nos muestra una fractura o una grieta puede existir una articulación.”[5] Es precisamente lo que buscamos cernir en la clínica continuista, las condiciones personales de tal fractura, intentando localizar la ausencia de articulación en donde se revela la estructura.

Dejando de lado el caso del Hombre de los lobos y la melancolía, he escogido tres momentos cruciales en la obra de Freud tomando en consideración el tema de nuestro próximo Congreso. En los dos primeros porque se destaca la importancia del diagnóstico diferencial y un tercero por su vinculación con la clínica continuista.

El interés de la investigación psicoanalítica, iniciado con el descubrimiento del inconsciente reprimido se orientó hacia la instancia represora, hacia la estructura del yo (Ich) dando lugar al segundo gran descubrimiento de Freud, el narcisismo. Freud construye la Metapsicología a partir de la necesidad de proponer una tópica ordenada de la subjetividad desde la incidencia del lenguaje y las pulsiones cuyas dificultades no nos oculta.

En el apartado final de Lo inconsciente Freud consigna una afirmación sorprendente refiriéndose al saber expuesto hasta el momento, extraído de la vida onírica y de la experiencia con las neurosis de transferencia: “No es ciertamente mucho; nos parece, en ocasiones, oscuro y confuso, y no nos ofrece la posibilidad de incluir o subordinar el sistema Inc., en un contexto conocido. Pero el análisis de una de aquellas afecciones a las que damos el nombre de psiconeurosis narcisistas, nos promete proporcionarnos datos, por medio de los cuales podremos aproximarnos al misterioso sistema Inc. Y llegar a su inteligencia.[6]

Y para avanzar en esa dirección se sirve de la clínica de la esquizofrenia. Ello en razón de que esta psicosis permite ilustrar la desarticulación del lenguaje y el cuerpo que explica la ausencia de transferencia, de cuya posibilidad depende el tratamiento analítico. Por un lado, y dada la singular repulsa hacia el mundo exterior, es decir, hacia el discurso, se opera en el psicótico una “retracción de la libido” hacia un estado del yo primitivo, autoerótico, revelándose en tal repliegue la “cesación de la carga de objeto”, de la relación al Otro. Como nos lo explica Miller[7], el orden simbólico produce una doble referencia, una negativa (menos phi, sujeto tachado) y otra positiva, el objeto a que surge de la articulación de la palabra, como un resto de la operación simbólica. La articulación de ambas funciona como sostén del deseo tal que revela la estructura del fantasma. Por eso, la situación “fuera del discurso” en la esquizofrenia puede llegar a manifestarse como la más completa apatía, en una total ausencia de intereses y en fenómenos de fragmentación y extrañeza respecto a los órganos del cuerpo al no encontrarles el sujeto un uso en ningún discurso establecido[8].

Freud detecta en la esquizofrenia una expresión verbal “pomposa” y “altiva” característica, alcanzando a veces una particular desorganización de las frases y presentando en general un marcado carácter hipocondríaco, un “lenguaje de órgano” que ilustra con el caso de Tausk “los ojos no están bien, están torcidos” estableciendo la clínica diferencial con la histeria. Desde la perspectiva de las psicosis ordinarias y, en concreto, desde la ubicación de los indicios de Phi cero en el nivel de lo que Jacques-Alain Miller distingue como externalización corporal[9] tienen mucho interés los otros casos citados al ponerse en juego la simbolización del agujero de la castración.

Freud se refiere a un paciente en tratamiento que se ha retirado de todos los intereses de la vida, absorbido por la preocupación que le ocasiona el mal estado de la piel de su cara, pues afirma tener en el rostro multitud de profundos agujeros producidos por granitos, o “espinillas” que todos perciben. Aunque el análisis revela el desarrollo del complejo de castración, Freud se ve obligado a admitir que en este síntoma hipocondríaco, y a pesar de las analogías con una conversión histérica, sucede “algo distinto.” Un histérico –afirma- jamás “convertiría un agujero tan pequeño como el dejado por la extracción de una espinilla en símbolo de la vagina, a la que comparará con cualquier objeto que circunscriba una cavidad.[10]” La multiplicidad de agujeros tampoco favorecería –añade- la significación de la castración.

Entendemos que la representación de la pérdida circunscrita por una cavidad, un agujero limitado por un borde como el que se produce en el anudamiento de los tres registros o en la figura del toro, difiere del signo de infinitización característico de los fenómenos de cuerpo que revelan un exceso, una falta de límite. Estos son indicios de una “discordancia en la juntura más íntima del sentimiento de la vida” que adquieren en este caso un acento particular por ocasionar en el sujeto el “retiro de todos los intereses de la vida.”

El otro caso, también aportado por Tausk se conducía como un neurótico obsesivo, necesitaba largas horas para lavarse, vestirse, etc. Pero, destaca Freud, presentaba el singularísimo rasgo de explicar espontáneamente, sin resistencia alguna, la significación de sus inhibiciones. Un signo discreto de ausencia de represión, que Freud había considerado ya como un elemento diagnóstico en Un caso de paranoia contrario a la teoría psicoanalítica. En el caso de los calcetines, la forclusión del falo tomaría la forma de una externalización subjetiva del phi cero, revelando un desajuste en la ausencia de censura. Pero no sólo eso, Freud apunta que el fenómeno de cuerpo no era propio de la neurosis: al ponerse los calcetines le perturbaba la idea de tener que estirar las mallas del tejido, produciendo pequeños orificios, cada uno de los cuales constituía para él un símbolo del genital femenino. También en ese síntoma se imponía la multiplicación de los orificios.

En aras de la precisión diagnóstica se refiere a un paciente obsesivo de Reitler que padecía igual lentitud en ponerse los calcetines. Halló, una vez vencidas sus resistencias[11], la explicación de que el pie era símbolo del pene y el acto de ponerse los calcetines, una representación del onanismo, viéndose obligado a ponerse y quitarse una y otra vez el calcetín, en parte para completar la imagen de la masturbación, en parte para anularla. En este caso la negatividad presente en el síntoma obsesivo pasa a inscribirse en el discurso (menos phi) como resultado del desciframiento de una formación del inconsciente.

En cambio, en el esquizofrénico la castración se presenta en su dimensión real: “…es el predominio de lo que debe hacerse con las palabras sobre lo que debe hacerse con las cosas.” Así lo explica Freud: “entre la extracción de una espinilla y la eyaculación existe muy escasa analogía, menos aún entre los infinitos poros y la vagina. En el primer caso, en ambos actos brota algo, y al segundo puede aplicarse la cínica frase de que un agujero es siempre un agujero.[12]” Una precisión respecto a la palabra definida por Jacques Alain Miller como la ironía propia del esquizofrénico quien se vincula directamente a la inconsistencia del Otro, para él la palabra no comporta la muerte de la cosa, es la cosa[13].

Freud concluye este pasaje diciendo que en el caso de los agujeros “La semejanza de la expresión verbal y no la analogía de las cosas expresadas es lo que ha decidido la sustitución.” En palabras de Lacan, “para el esquizofrénico lo simbólico es real.”

En la esquizofrenia y en la neurosis se opera una fuga del yo ante lo real, pero en un caso la inscripción de la representación de la pérdida de objeto (Das Ding) permanece, si bien su traducción en palabras se ve impedida y aparece cifrada en el síntoma. En cambio, en la psicosis, el rechazo es más radical, y la castración no se inscribe en el inconsciente.

El sujeto se empeña por lo tanto en la extracción real de algo que brota de su cuerpo Freud denomina “presentación inconsciente del objeto”[14] o en producir huecos en la malla del tejido. Pero en su esfuerzo de investidura de la representación de tal pérdida mediante las palabras el sujeto “debe contentarse con las palabras en lugar de cosas.” El lenguaje se presenta sólo en su dimensión de semblante, como si fuera una cáscara; el cuerpo como pura fragmentación en ausencia del elemento unificador.

II

La segunda escansión la encontramos en el texto Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad en el tránsito hacia la segunda tópica caracterizado por la toma en consideración de la incidencia del “irresistible factor cuantitativo” en la causalidad de los fenómenos. El caso paradigmático de celos delirantes “mostraba una extraordinaria atención a las manifestaciones inconscientes de su mujer y sabía interpretarlas exactamente de manera que siempre tenía razón, incluso podía acogerse al psicoanálisis para justificar sus celos.[15]

La anormalidad de los celos radicaba en su exceso: observaba el inconsciente de su mujer más penetrantemente y le daba más importancia de lo que otra persona hubiera atribuido. Freud subraya pues el factor de intensidad como un indicio de estructura. Que encuentra también en el paranoico perseguido, quien no reconoce nada indiferente en la conducta de los demás, valorando negativamente, cautivo en su delirio de referencia, los signos de todas las personas con quienes tropieza. En este caso Freud también concede la razón al paranoico, aunque precisa que la base de su expectativa radica en una demanda de amor sin límite. El “núcleo de verdad” del delirio arraiga en que el sujeto realmente encuentra personas que actúan de una manera inapropiada, de un modo que evitarían ante alguien que les inspira amistad o respeto. Este hecho, unido a la afinidad fundamental de los conceptos “extraño” y “enemigo” justificaría la percepción de hostilidad por parte de los demás. Con la salvedad de que los paranoicos desplazan su atención sobre el inconsciente de los otros y la desvían del suyo propio; desabonados del inconsciente, atribuyen a los demás sus sentimientos hostiles o su infidelidad. Esa operación descubre la esencia de la proyección: lo rechazado en lo simbólico retorna en lo real que en la paranoia toma la forma de una presencia del goce en el lugar del Otro.

Por otra parte, y como ha quedado demostrado en otros casos, la persona más querida se convierte en perseguidora, ¿de dónde procede tal inversión del afecto? se pregunta Freud, y responde que la ambivalencia sentimental siempre existente procuraría la base del odio, intensificándose por “el incumplimiento de las aspiraciones amorosas”, debido al Phi cero. La ambivalencia, al igual que los celos, sirve al perseguido para rechazar la homosexualidad, afirma. En este caso se trataría entonces de una especie de tratamiento de la forclusión del falo mediante las pasiones imaginarias llegando a reflejarse como un exceso de afecto.

Y éste es el punto crucial de este desarrollo, a la presencia de los celos se añadía que el sujeto carecía de amistades e intereses sociales, dando la impresión de que “el delirio se había encargado de desarrollar sus relaciones con los hombres como para reparar una omisión anterior[16].” Como consecuencia de la forclusión[17] el sujeto se sitúa fuera del discurso, fuera del lazo social cimentado en las identificaciones y en la sublimación de la homosexualidad.

En este caso la homosexualidad retorna en lo real como empuje al vínculo con otros hombres; y desde esta perspectiva los celos y la persecución pueden reconocerse como tentativas de restitución del lazo al discurso, “intentos de curación” en términos freudianos. Podemos situar tales signos –los celos y la persecución discretos- como índices de la externalización social.

Respecto a su segundo caso, afirma Freud que éste “no hubiera sido diagnosticado seguramente fuera del análisis de paranoia persecutoria”; no son los síntomas sino los datos analíticos bajo transferencia los que deciden el diagnóstico.

En la relación con el padre se comportaba el paciente como el perfecto rebelde a los ideales y deseos paternos pero, en un estrato más profundo, se evidenciaba un pasivo sometimiento al punto que después de su muerte, e impulsado por la culpabilidad, se prohibía el goce de la mujer. Este caso se ofrece como una ilustración de la externalización subjetiva, “sus relaciones reales con los hombres estaban marcadas por la desconfianza y se las arreglaba para acabar siendo explotado y engañado por sus conocidos.” Surgían sueños en los que lograba escapar con grandes angustias del perseguidor, y en un sueño de transferencia veía a su analista afeitarse descubriendo por el olor, el uso del mismo jabón que su padre. Freud adjudica el uso en el sueño de la escena improbable de dejar de ver su barba –el intento de atribución de un carácter persecutorio al analista mediante la transferencia paterna- a la relación que el sujeto tenía con sus ideas delirantes a las que restaba crédito, sin conferirle valor a sus fantasías paranoicas.

Las producciones oníricas de ambos casos enseñan que las formaciones del inconsciente no pueden ser indicativas de la estructura. Freud se sirve de esta constatación para mostrar la incidencia del factor cuantitativo, el grado de “carga psíquica” –de certeza- que comporta el paso a lo real de las ideas delirantes, las cuales pueden estar presentes desde mucho tiempo atrás del desencadenamiento. El índice diagnóstico no debe vincularse a la presencia de ideas delirantes en el discurso del sujeto sino a su intensidad y al hecho de añadirse a una desconexión o desenganche como el caso de este hombre que “se prohibía el goce de la mujer.” Desde ese punto de vista este caso podría ilustrar también un modo de externalización corporal de phi cero.

III

En el texto La pérdida de la realidad en las psicosis y en las neurosis[18] Freud define una reacción de “normalidad” ante lo real donde puede leerse un antecedente de lo nombramos actualmente como el funcionamiento del sinthome. En esta posición, el sujeto no niega la realidad, como en la neurosis, pero tampoco se contenta con modificaciones internas como en la psicosis, sino que puede empeñarse en una modificación del mundo exterior para encontrar la satisfacción en él. A diferencia de la creación psicótica, de incidencia autoplástica, esta operación es aloplástica.

Tiempo después explica que el “yo normal” es una ficción relativa a la media, a la respuesta típica, a la identificación común. En realidad, el yo se aproxima al del psicótico en uno u otro aspecto, en mayor o menor cantidad, dibujándose una serie relativa a la “alteración del yo” a resultas de la labor defensiva ante el Ello, el cual, en su “ciega independencia” se muestra indiferente a la realidad, sin miramiento alguno por la seguridad o la conservación de la vida. En el tratamiento de tales exigencias se deciden la multiplicidad de soluciones subjetivas.

En fin, las neurosis y psicosis son estados subjetivos dirá en el Compendio, trastornos funcionales del aparato que responden a “disarmonías cuantitativas”. Entre ambas se producen transiciones graduales en las que es posible ubicar la diversidad de los desenlaces cuyas causas específicas se revelan en los “puntos débiles” derivados de los traumas y del factor pulsional. Estos inciden en la respuesta de cada uno ante el enigma del malestar esencial que asola nuestra existencia: la sexualidad, la problemática del goce.

Ante la pregunta por la solución que pueda aportar el psicoanálisis más allá del tipo clínico, encontramos esta respuesta freudiana: “La felicidad, considerada en sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema de economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos; cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que puede ser feliz. Su elección del camino a seguir será influida por los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos.[19]

 

 

* Expresión de Freud en el “Prefacio para un libro de Hermann Nunberg”, O.C. Tomo III. p. 3222.

[2] Freud, S., “Nuevas lecciones de Introducción al psicoanálisis”, en O. C. Tomo III. Biblioteca Nueva. Madrid 1973. p. 3189.

[3] Freud, S., “Esquema del psicoanálisis”, en O.C. Tomo III. p. 2738.

[4] Ibídem.

[5] Freud, S., “Nuevas Lecciones de Introducción al Psicoanálisis”, op. cit., p. 3133.

[6] Freud, S., “Lo inconsciente”, en O.C. Tomo II, Biblioteca Nueva. Madrid 1973. p. 2077.

[7] Miller, J.-A., “Clinique ironique”, en La Cause Freudienne nº 23.

[8] Miller, J.-A., “La invención psicótica”, en Cuadernos de Psicoanálisis nº 30.

[9] Miller, J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, en Freudiana nº58

[10] S. Freud. “Lo inconsciente”, op. cit., p. 2080.

[11] Los subrayados son nuestros.

[12] Ibídem.

[13] Miller, J,-A., op.cit.

[14] El subrayado es nuestro.

[15] Freud, S. “Sobre los celos, la paranoia y la homosexualidad”, en O.C. op.cit. p. 2613.

[16] Ibídem, 2614.

[17] Traducimos omisión como forclusión.

[18] Freud, S., “La pérdida de la realidad en las neurosis y en las psicosis”, en OC., op.cit. p. 2745.

[19] Freud. “El malestar en la cultura”, en O.C., Tomo III. Biblioteca Nueva. p.3029.