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La invención de Morel

El protagonista de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, escribe para vaciar el goce. Ese que ubica como “el foco de una enfermedad, aún misteriosa, que viene de afuera hacia adentro”. Son los veraneantes, esos intrusos, los que van a hacer virar “su vida de fugitivo” en la de un “condenado a muerte”. El relato comienza ubicando la enfermedad, su lugar de sobreviviente y su destino de condenado, no sin antes participarnos de su “necesidad de escritura”. Esta que se presenta como un ostinato rigore le permite una operación en dos tiempos: Demostración de la falsedad de la acusación y previsión de un “futuro posible”, posibilidad de una salida distinta a la que se le impone después del encuentro con la imagen de una mujer. Es que es ahí donde empieza el drama. Faustine conmociona el axioma del cual el sobreviviente se soporta: “La inmortalidad no se alcanza por un error: no debe retenerse todo el cuerpo vivo sino solo la conciencia”. Su mundo que estaba ordenado -hasta antes de Faustine la intrusa- se localizaba en su lugar de fugitivo “he sobrevivido a tantas cosas”. Estas cosas incluían las deslocalizaciones del cuerpo: desmayo, fatigas, ensueños, fiebre, alucinaciones. Es como sobreviviente que ya no espera nada -“no esperar nada de la vida, darse por muerto para no morir”- que se “ordena su vida” permitiendo que el destino de condenado a muerte se soporte de un límite. El encuentro con la imagen de Faustine desencadena el pasaje del no esperar nada a esperar-la. Porque esa imagen de mujer se le vuelve imprescindible es que la vida del fugitivo ya no es más soportable y se torna en “el purgatorio del condenado”. La distancia que mediaba entre la posibilidad de ser condenado a la condena se desvanece y entonces “la maquinaria organizada para capturarlo” se pone en marcha. Pasaje de “su inclinación a prever las malas consecuencias” al mal signum “certeza de que lo van a aprehender”. La imposición de la obscenidad y la certeza de haberla insultado pondrá en marcha distintas estrategias hasta la elaboración de un proyecto que da cuenta de lo imposible de significar “¿Qué hace un hombre en estas ocasiones? Envía flores”. Sin embargo, este primer proyecto   que le permite hacer con el desagravio no atempera la posibilidad que lo horroriza “con estirar el brazo, la hubiera tocado.”. Esto solo vendrá cuando al “esfuerzo poético” del primer proyecto se le agregue la escritura como ensayo de rigor   que pone en marcha la invención de Morel. Morel -que al igual que él es objeto de juego de esa detestable mujer- le permitirá localizar nuevamente su axioma, “no hay que retener vivo todo el cuerpo”, permitiendo que lo que le hace signo en su relación con los intrusos comience a ser trabajado. Produce una deducción “pese a las dos oportunidades anteriores es solo a partir del encuentro con los intrusos que está muerto “. Él que es “un escritor solitario que siempre ha querido vivir en una isla solitaria” va a testimoniar sobre La invención de la máquina de Morel a partir de un informe que localiza a los intrusos. Es porque el fugitivo puede restablecer su axioma que el “abuso de la invención de Morel” da lugar al intersticio “esas fotografías no están vivas” y lanza la posibilidad de una nueva máquina por inventar que finalmente ubica a Faustine. Encontrado de ese modo un límite a “su vicio”.

“Si la encontrara a Faustine, cómo la haría reír, contándole todas las veces que he hablado, enamorado y sollozando, a su imagen. Considero que este pensamiento es un vicio: lo escribo para fijarle límites, para ver que no tiene encanto, para dejarlo”[i]. Bioy Casares.

 

 

[i] Bioy Casares, La invención de Morel, Ed. Colihue, Buenos Aires, 2008, p 94.