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El tiempo de la psicosis ordinaria*

La psicosis ordinaria es una propuesta de definición clínica de Jacques-Alain Miller, a partir del trabajo de investigación desarrollado en tres encuentros sucesivos de las secciones clínicas francófonas que forman parte del Instituto del Campo Freudiano. Esta propuesta tuvo un eco inmediato, al menos entre los psicoanalistas del Campo Freudiano. Tal vez este éxito fue el que llevó a Jacques-Alain Miller a precisar esta aportación clínica diez años después de su formulación. Así, en julio de 2008, realiza una intervención que ha sido publicada con el título de “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”. Al inicio de ese texto podemos leer: “[…] la psicosis ordinaria no tiene una definición estricta. Todo el mundo es alentado a dar su opinión y su definición de la psicosis ordinaria. No he inventado un concepto con la psicosis ordinaria. He inventado una palabra, he inventado una expresión, he inventado un significante, al dar un apunte de definición para atraer a los diferentes sentidos […]. He apostado que este significante podía provocar un eco en el clínico, el profesional. Lo que he querido es que cobre cada vez más importancia y ver hasta dónde podía llegar esta expresión. […] Si intentamos dar una definición será pues una definición après-coupi.

Hemos mencionado de inicio el tiempo cronológico de la producción de la noción de psicosis ordinaria para introducir otras dimensiones del tiempo en las psicosis. Una de estas dimensiones es la del tiempo concebido según la perspectiva continua o discontinua de los cuadros psicopatológicos. Otra de las dimensiones del tiempo es la más general: es el tiempo entendido como el momento de la civilización, las claves de la época y su incidencia en la psicopatología, que nos abre a la pregunta: ¿es ahora la psicosis más frecuente? Pero antes es necesario situar la fenomenología clínica que caracteriza a la psicosis ordinaria y su especificidad nosológica y estructural.

Formalización de las psicosis ordinarias

A la hora de intentar precisar a qué puede responder la categoría de psicosis ordinaria, tenemos que partir de las preguntas más básicas. Por ejemplo, ¿cómo encuadraríamos a un sujeto que ha desencadenado una psicosis antes del desencadenamiento? En una perspectiva discontinua, como la que representan las estructuras clínicas freudianas, no nos quedaría otra posibilidad que pensarlo como psicótico, con los matices que se quieran añadir (como podría ser el de que se trataba de una psicosis no desencadenada o de una psicosis latente).

Pero, ¿y aquellos que no se desencadenan nunca? Desde una perspectiva estructural (lacaniana) solo quedaría pensar que han tenido la fortuna de que ninguna contingencia vital los habría confrontado a la particularidad que reviste para ese sujeto la forclusión del nombre del padre. Pensando en estos términos, la referencia fundamental es el escrito canónico de Lacan sobre la psicosis, publicado en 1959, con el título “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. En este escrito, Lacan afirma lo siguiente: “Tratemos de concebir ahora una circunstancia de la posición subjetiva en que, al llamado del Nombre-del-Padre responda, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más que compatible con la presencia del significante, sino la carencia del significante mismo […]. En el punto donde, ya veremos cómo, es llamado el Nombre-del-Padre, puede pues responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica. […] Está claro que se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima de sentimiento de la vida en el sujeto”ii.

Las clasificaciones basadas en la discontinuidad, en las estructuras, plantean problemas actualmente al clínico. Todos nos encontramos con casos de difícil clasificación que están al origen del éxito de categorías como los borderline o los trastornos límite. El propio Lacan se refería ya a lo que denominaba “fenómenos de franja” y estados “prepsicóticos”.

La clínica de las psicosis admite una temporalidad que no es solo la de la sincronía (gobernada por el desencadenamiento y su coyuntura particular) que está presente en las psicosis extraordinarias. También debemos contemplar la temporalidad diacrónica en aquellos casos donde no encontramos un momento claro de ruptura.

Esto nos lleva de una clínica discontinuista (que permite fundar clases) a otra que posibilita la última enseñanza de Lacan a partir de los desarrollos de sus seminarios RSI y El sinthome.

Muchos casos clínicos, y sus posibilidades de tratamiento, se aclaran mejor preguntándonos qué permite anudar los registros de lo real, lo simbólico y lo imaginario. Es una clínica basada en localizar lo que sirve de enganche al Otro y, también, lo que le desengancha. Esto permite, al mismo tiempo, enfocar la dirección de la cura hacia un posible reenganche.

Como mencionábamos al principio, diez años después de formular la noción de psicosis ordinaria, Jacques-Alain Miller vuelve sobre ella en su intervención titulada “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”. Este texto, que seguiré a continuación, resitúa las coordenadas de esta categoría clínica. Miller sitúa la invención de este sintagma como un intento de esquivar la rigidez de la clínica binaria (neurosis o psicosis). Pero aclara que, si bien la psicosis ordinaria es una manera de introducir el tercero excluido por la rigidez binaria, debemos introducirla en el campo de las psicosis.

La neurosis es una estructura muy precisa, si durante mucho tiempo (incluso años) no encontramos elementos evidentes para reconocerla claramente en un paciente, deberíamos pensar en la posibilidad de una psicosis velada que debería poder deducirse de pequeños indicios, de signos discretos. Una neurosis es una formación estable, que se organiza por medio de la constancia en la repetición. Si no encontramos esto, debemos buscar los signos discretos de “desorden en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”. Miller, en este punto, precisa lo siguiente: “El desorden se sitúa en la forma en la que se siente el mundo que nos rodea, en la forma que se siente el cuerpo y en la forma de referirse a nuestras propias ideas. Pero, ¿qué desorden es este, ya que los neuróticos también lo sienten? Un sujeto histérico siente este desorden en la relación con su cuerpo, un sujeto obsesivo siente un desorden con respecto a sus ideas. ¿Cuál es, pues, este desorden que llega a la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”iii?

Miller propone reconocer ese desorden en base a una triple externalidad: una externalidad social, una externalidad corporal y una externalidad subjetiva.

Respecto a la externalidad social, la pregunta es por la función de la identificación social que nos da un lugar, un sostén (una identificación profesional, por ejemplo). Miller precisa que “el más claro indicio se encuentra en la relación negativa que el sujeto tiene con su identificación social. Cuando hay que admitir que el sujeto es incapaz de conquistar su lugar al sol, asumir su función social. Cuando se observa un desamparo misterioso, una impotencia en la relación con esta función. Cuando el sujeto no se ajusta, no en el sentido de la rebelión histérica o de la manera autónoma del obsesivo, sino cuando existe una especie de foso que constituye de forma misteriosa una barrera invisible. Cuando se observa lo que yo llamo una desconexión, una desunión”iv. Este foso, esta barrera invisible, la constatamos con frecuencia en la clínica.

La dificultad con la identificación social puede ser un signo de psicosis ordinaria, pero también una identificación demasiado intensa a la posición social, a la profesión por ejemplo. En estos casos, la pérdida puede desencadenar la psicosis porque ese lugar social hacía las veces del Nombre-del-Padre que no hay.

La segunda externalidad que establece Miller es la externalidad corporal. Lacan afirma que “no somos un cuerpo, sino que tenemos un cuerpo”. Esto sitúa al cuerpo como Otro para el sujeto. Es algo que percibimos de modo claro en la histeria, donde “el cuerpo hace lo que quiere”. También, en el cuerpo masculino, una parte no siempre obedece. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las neurosis, Miller señala que “En la psicosis ordinaria hay que tener algo más, un desajuste. El desorden más íntimo es una brecha en la que el cuerpo se deshace y donde le sujeto es inducido a inventarse vínculos artificiales para apropiarse de nuevo de su cuerpo, para “estrechar” su cuerpo contra el mismo. Para decirlo en términos de mecánica, necesita una abrazadera para aguantar con su cuerpo”v. En la histeria los fenómenos corporales están limitados por la castración y los límites que la neurosis impone, “[…] mientras que se siente el infinito en la falla presente en la relación del psicótico ordinario con su cuerpo”vi.

La tercera externalidad que sitúa Miller es la subjetiva. Cuando se trata de la dimensión del Otro subjetivo: “La mayoría de las veces esto lo encontramos en la experiencia del vacío, de la vacuidad, de lo vago, en el psicótico ordinario. Podemos encontrarlo en diferentes casos de neurosis, pero en la psicosis ordinaria se busca un indicio del vacío o de lo vago de una naturaleza no dialéctica. Existe una fijeza especial de este indicio. […] También debemos buscar la fijación de la identificación con el objeto a como desecho. La identificación no es simbólica, sino muy real, porque no utiliza la metáfora. […] Digo que es una identificación real ya que el sujeto va en la misma dirección a realizar el desecho en su persona”vii. Otra dimensión de la externalidad subjetiva es que, en las psicosis ordinarias, “las identificaciones se construyen con un batiburrillo”viii, no son identificaciones que tienen un centro sólido y claro.

Estas tres externalidades (aunque Miller apunta que cabría precisar una cuarta: la externalidad sexual), nos permiten un marco donde encuadrar las particularidades de la psicosis ordinaria. Los detalles clínicos remiten a un desorden central. A diferencia de los casos llamados borderline, no se plantea que se trate de sujetos que no son ni psicóticos ni neuróticos. La psicosis ordinaria es una clínica de los pequeños indicios de la forclusión, es una clínica de la psicosis por lo tanto. Tampoco es reductible a la categoría de psicosis no desencadenada, que se sitúa en el horizonte temporal de un posible desencadenamiento, ya que “[…] algunas psicosis no llevan a un desencadenamiento: son psicosis, con un desorden en la juntura más íntima, que evolucionan sin hacer ruido, sin explosionar, pero con un agujero, una desviación o una desconexión que se perpetúa”ix.

Fenomenología clínica de las psicosis ordinarias

Muchos colegas del Campo Freudiano han contribuido a precisar los signos sutiles, discretos, que nos ayudan a tomar en cuenta la posibilidad de encontrarnos ante un caso de psicosis ordinaria. Es el caso, por ejemplo, de François Ansermet en su artículo “Paradojas de los signos discretos en la psicosis ordinaria”x. La clínica de la psicosis ordinaria se presenta bajo la forma de pequeños indicios que pueden pasar inadvertidos. Ansermet señala los siguientes: “[…] Puede tratarse de extravagancias, de un manejo particular del lenguaje, de disturbios del pensamiento, de ataques de angustia no reconocidos como tales, que surgen como acontecimientos del cuerpo. El sujeto puede también encontrarse socialmente desinsertado, con obstáculos en las relaciones, un brusco rechazo al otro, sin premisas, sin historia, desconectado del tiempo de los otros”xi. Ansermet aclara que debemos distinguir el signo discreto de la solución que engendra precisamente porque “[…] El signo puede volverse discreto debido a la solución puesta en juego. Del mismo modo que podría decirse que hay signos discretos que no detectamos. Y hay soluciones que resisten y soluciones que no resisten”xii.

Especialmente esclarecedoras, sobre la clínica de las psicosis ordinarias, me parecen las aportaciones que hizo Gustavo Dessal en una entrevista sobre “Continuidad y discontinuidad en las psicosis ordinarias”. Gustavo Dessal precisa diferentes fenómenos clínicos que deben ser tomados en cuenta para pensar un posible diagnóstico de psicosis ordinaria. Enumera los siguientes: “[…] se trata de sujetos que suelen carecer de discurso en lo que se refiere a su historia. Se apoyan en un limitado ramillete de frases más o menos coaguladas en su significación para referirse a su pasado y a las circunstancias relevantes, pero en las que se destaca muchas veces con gran nitidez la ausencia de implicación subjetiva. […] es frecuente que se trate de personas cuya vida sexual es o bien inexistente, o que muestran signos a veces sutiles y otros más marcados de una relación lábil con la identidad sexual. Las dificultades en el lazo social suelen ser también manifiestas, aunque también nos encontramos con muchas excepciones en este plano, especialmente en aquellos sujetos que son exitosos en alguna actividad profesional, artística o comercial. Pero incluso en estos casos percibimos que con frecuencia el vínculo social está atravesado en distintos grados por signos de agresividad, desconfianza paranoide, o pasajes al acto generalmente discretos, pero que muestran puntos de forclusión inequívocos. Otro aspecto interesante, es el hecho de que muchos sujetos a los que consideramos psicóticos ordinarios suelen manifestar de forma espontánea una extraordinaria tendencia a recrear en su discurso una novela “edípica” poco filtrada por la censura”xiii. Gustavo Dessal añade: “Las psicosis ordinarias, como cualquier otra entidad clínica, presentan muy distintas fenomenologías. Desde el exceso de normalidad, hasta la apariencia de una neurosis caracteropática grave. En cualquier caso, nunca falta el núcleo delirante, evidentemente encapsulado, apenas un atisbo de ideación que el paciente confiesa de forma subrepticia, o que mantiene a resguardo mediante circunloquios o elipsis del discurso. También podemos añadir que en ocasiones se aprecia una fijeza muy particular en la significación, son aquellos casos en los que el paciente es capaz de mantener un discurso fabricado a partir de sintagmas que ha ido seleccionando aquí y allá, que suplen su imposibilidad de metaforizar lo real, pero que le sirven como una forma de nominación. Lo advertimos en el uso constante de tópicos, refranes, frases hechas, giros retóricos, citas, incluso chistes, que conforman una suerte de “ideología” verbal que el paciente repite para encuadrar el vacío de la enunciación”xiv.

Encontramos, en la descripción de Gustavo Dessal, indicaciones claras para orientarnos en la fenomenología de las psicosis ordinarias. Me parece especialmente interesante la apreciación de cómo la referencia literal al complejo de Edipo suele ser un signo de su inexistencia ya que, en el neurótico, el Edipo se deduce, se lee entre líneas, pero no se enuncia como tal.

Igualmente, la dificultad incomprensible para realizar tareas o actividades, supuestamente al alcance de la capacidad del sujeto, y que con frecuencia desempeñaba con normalidad en el pasado, puede ser el signo de una ruptura psicótica no evidente. Sirva como ejemplo la imposibilidad absoluta, y no dialectizable, de acudir a clase de algunos adolescentes y jóvenes con un desempeño escolar previo normal.

La relación al lenguaje también está alterada. A menudo hablan a partir de refranes, o lugares comunes, que recubren el vacío de una enunciación propia. También podemos observar, como ha señalado Eric Laurent, un “uso casi neológico de palabras comunes”xv.

Es posible que la psicosis sea más frecuente de lo que pensamos. Considero que estamos hablando de una clínica que, al menos en su expresión formal, podemos reconocer todos, y cuyas manifestaciones no responden a la lógica de los síntomas neuróticos. En este punto, se impone una pregunta: ¿la psicosis es más frecuente en el momento actual de la civilización? Y si es así, ¿a qué podría deberse este incremento de casos que no podemos encuadrar en la neurosis, pero tampoco presentan los síntomas que definen clásicamente a los trastornos psicóticos, como son los delirios o las alucinaciones?

Civilización, discurso y psicosis

Como hemos subrayado antes, la psicosis ordinaria es una psicosis y, por lo tanto, podríamos pensar que debería poder ser reductible de algún modo a las categorías clásicas de la psicosis. En las psicosis ordinarias los signos no son espectaculares, son discretos. Tampoco los déficits son espectaculares. Por esto podemos hablar en estos casos de la locura normalizada tal como la denomina José María Álvarez. Desde su perspectiva, la locura normalizada describe un conjunto de psicosis en las que las manifestaciones son discretas pero que deben contemplarse como formas achicadas, subclínicas o atenuadas, de paranoia, esquizofrenia o melancolía-excitación. José María Álvarez destaca que “con la psicosis enloquecida, la normalizada comparte las experiencias genuinas que la identifican como psicosis o locura y la separan de la neurosis. Se trata de experiencias que se caracterizan, en lo tocante al saber y la verdad, por la certeza, la revelación y el rigor; en lo que atañe a las relaciones con los otros, por la autoreferencia, la extrañeza, la intrusión xenopática, la soledad por excelencia y el perjuicio; en cuanto a la satisfacción, el placer y el goce, por la plenitud, el exceso y la intensidad insoportable; con respecto al cuerpo, por la fragmentación y la desunión”xvi. Para José María Álvarez la gravedad, o la adecuación a la realidad común, no es lo determinante para el diagnóstico de psicosis sino compartir experiencias genuinas como las referidas.

Los psicóticos ordinarios son psicóticos que se confunden con lo común, mientras los extraordinarios siempre son excepcionales. Es algo constatable en la clínica: el sujeto de la persecución, el del delirio mesiánico o el de la erotomanía, no se piensan a sí mismos en el registro de lo común sino en el registro de la excepción.

Marie-Hélène Brousse, en un artículo titulado “La psicosis ordinaria a la luz de la teoría lacaniana de discurso”xvii, sostiene que el campo de las psicosis parece desarrollarse y modificarse en la actualidad. Lo relaciona con que el declive de la función paterna, del poder del Nombre-del-Padre, va acompañado de la pluralización de su función. Así, sí en las psicosis extraordinarias (de las que el caso Schreber sería un paradigma), el sujeto tiene que encarnar la excepción que falta (Schreber tiene que encarnar la mujer que le falta a Dios), “[…] En la psicosis ordinaria los pacientes no se dedican a encarnar ellos mismos la función de la excepción que falta en la organización simbólica. “Ordinaria” en la psicosis ordinaria significa pues no excepcional, común, banal”xviii.

Al lugar de la evaporación del padre vienen las normas sociales. Ante el declive de la Ley proliferan las normas, el sentido común (ordinario). Por eso, dice Marie-Hélène Brousse, “Cuando hablamos de psicosis ordinaria se trata de comportamiento supersocial, de sumisión absoluta, metonímica sin duda y no metafórica, a los usos comunes, a la banalidad tal como se define por la mediana de la curva. Las estadísticas no se contemplan ya dentro de marco de la probabilidad, sino con valor de certeza”xix. Marie-Hélène Brousse retoma la proposición de Lacan, “estar loco ya no es un privilegio” para relacionarla con la función de la excepción: “La psicosis ordinaria parece retorcerle el cuello a la psicosis, ser la adaptación de la psicosis a la época en que el Padre, la excepción, ha sido reemplazado por el número. ¿Es la psicosis del número y no del nombre?”xx.

La precariedad simbólica que caracteriza a nuestra época tiene efectos en la clínica. Tal vez esté justificado pensar que, en la época del número, la tendencia sea hacia la norma, hacia lo normal. Pero, como ha expresado nuestro colega Vicente Palomera, cuando se habla de lo normal, por ejemplo de una persona normal, hay algo del vacíoxxi. La clínica que viene puede ser, en gran medida, una clínica del vacío. Vacío ya presente en las formas ordinarias de la locura.

i* Versión resumida del texto que, con este mismo título, se publicará en la revista El Psicoanálisis.

Miller, J.-A. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, en Freudiana nº 58, 2010, p. 77.

ii Lacan, J. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento psicoanalítico de la psicosis” [1957-1958], en Escritos 2 (décima edición). México, Siglo XXI editores, 1984, pp. 539-540.

iii Miller, J.-A. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, p. 17.

iv Ibid., p. 18.

v Ibid., p. 19.

vi Ibid., p. 20.

vii Ibid., p.20.

viii Ibid., p. 21.

ix Ibid., p. 26.

x Ansermet, F. “Paradojas de los signos discretos en la psicosis ordinaria”, accesible en

http://www.psicoanalisisinedito.com/2016/09/francois-ansermet-paradojas-de-los.html

xi Ibid.

xii Ibid.

xiii Dessal, G. “Continuidad y discontinuidad en las psicosis ordinarias. Tres preguntas a Gustavo Dessal, en Nodus. L’Aperiòdic Virtual de la Secció Clínica de Barcelona, accesible en http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/article.php?art=274&rev=37&pub=1

xiv Ibid.

xv Laurent, E. “La interpretación ordinaria”, en Freudiana nº 76, 2016, p. 151.

xvi Álvarez, J.M. “Sobre las formas normalizadas de la locura. Un apunte”, en Freudiana nº 76, 2016, pp. 83-84.

xvii Brousse, M.-H. “La psicosis ordinaria a la luz de la teoría lacaniana de discurso”, en Freudiana nº 76, 2016, pp. 99-112.

xviii Ibid., p. 104.

xix Ibid., p. 107.

xx Ibid., p. 108.

xxi Palomera, V. Las psicosis ordinarias: sus orígenes, su presente y su futuro. Granada, Editorial Universidad de Granada, 2011, p. 43.