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Entrevista a Lisbeth Ahumada (NEL)

Entrevista realizada por Ana Viganó (NEL, México)

  1. Desde el argumento, nuestro próximo Congreso se presenta como una recapitulación de dos décadas de trabajo sobre la noción de Psicosis ordinarias. Pero también como una plataforma de lanzamiento para pensar, desde este resorte, una consideración sobre la clínica psicoanalítica en general ¿Qué hemos aprendido sobre las psicosis ordinarias los psicoanalistas? ¿Qué usos crees que se la ha dado a esta noción pensada desde el punto de vista clínico, epistémico, pero también político? ¿De qué manera crees que lo que las Psicosis nos enseña permite hacer avanzar la perspectiva general de la clínica psicoanalítica?

El efecto sujeto que emerge de la confrontación con el agujero real, que en la psicosis no cesa de no escribirse, nos enseña que el campo subjetivo constituido a partir de la demarcación única y singular que instituye los límites para alguien, al estilo: ¡cuidado, no pasar! ¡tomar vías alternas! (para recordar la alusión temprana de Lacan a la carretera principal, que no hay en las psicosis), es el resultado de un trabajo de elaboración insondable, que indica la extensión en que la práctica analítica encuentra sus límites de acción.

Ningún terreno es más fértil en detalles, en signos, que el de las psicosis -ordinarias, para señalar lo que está vedado a la interpretación, al sentido. Por ello, la exploración del terreno es correlativa a la cautela requerida en el recorrido, a la observancia juiciosa de las señales de precaución. Porque, finalmente, a quien ha transitado por la vida sin sospechar en exceso y sin levantar excesivas sospechas, a quien ha encontrado un modo irreductible y sustancial de enlazarse al Otro camuflado en lo ordinario de la vida sin pagar el precio de una segregación radical, ¿qué lo puede conducir a ver a un analista?

Podemos decir que puede llegar por cierto desajuste: ¿Una manifestación inquebrantable del deseo del Otro?, ¿un enigma suscitado por el disfuncionamiento del amo?, ¿un encuentro con un partenaire traumático?, ¿una contrariedad en el camino anhelado o idealizado? ¿una vacilación del soporte del saber universitario?

En fin, las contingencias que corren de costado del cauce de la vida lograda, no deben alterar lo esencial de la solución, también para el analista en su intervención.

  1. ¿De qué manera precisa ubicas lo que la clínica con el autismo enseña al psicoanálisis en el marco de esta propuesta de trabajo que propone el Congreso?

El autista no entra en la comunidad de lo ordinario, más bien la objeta. Es, en sí mismo, excepción: imposible de asimilarse en el todo, imposible pasar desapercibido, imposible ser uno más. Su ser se juega a cada instante, en cada expresión, en cada acción. Manifestaciones extraordinarias cada una, ruedas sueltas que no se engranan con el dominio ilusorio y totalitario del yo que es el objeto que a su vez condiciona la relación con otros objetos; forma de entender que se está en el mundo y es, justamente, la dificultad del autista, su angustioso padecimiento: no tener el recurso de la propiedad del cuerpo identificado al yo, no tener la posibilidad del intercambio, del borde, del límite, de la diferenciación, a partir de ese cuerpo, y carecer del nombre que designa el lugar del sujeto y su causa.

En este sentido el sujeto autista nos revela de manera dramática el esfuerzo constante, la gran laboriosidad a la que se ve exigido, siempre en presente, para hacer con el exceso de “palabra congelada” -como dice Lacan; sin contar con el poderoso artificio del yo, sin contar con tal atribución subjetiva. Poder acompañar al autista en el trabajo que hace para construir ese borde que delimita un espacio de diferenciación, es lo que el analista puede ofrecer. Es a lo que alude Rafael, joven autista que ingresa a la Universidad, y ese logro para él, es el resultado de ser un tozudo! Nombre que ha constituido cierto borde y le ha permitido, entre otros, el acceso a un saber más amplio y diverso.