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El hombre normal

La importante plaza de la estadística en Salud Mental viene indexada por la utilización masiva del Manual DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) elegido como base clasificatoria científica de las enfermedades mentales por la OMS (Organización Mundial de la Salud). Se trata de un principio cuantitativo-estadístico de diagnóstico utilizado inicialmente por la APA (Asociación Americana de Psiquiatría) en los USA, que aplica la campana de Gauss para definir los criterios de normalidad definiendo lo normal y su desviación como patológica por un cálculo estadístico de la media matemática. Esta clasificación norteamericana se extendió internacionalmente reemplazando la riqueza de la clínica psiquiátrica clásica hasta imponer sus vacías categorías, convirtiéndose en un Manual de Psiquiatría actualmente muy empleado en Europa.

Poco a poco, edición tras reedición, la referencia al psicoanálisis se ha evacuado completamente y ello por una obscena preocupación por la imparcialidad ateórica, el cientificismo y la eliminación de la subjetividad. El desprecio por la causalidad psíquica ha impuesto sin embargo una causalidad orgánica. Producto del cálculo estadístico viene secretado el retrato del hombre normal, del hombre medio.

Un paciente vino a verme “desesperado porque estaba deprimido y no se sentía normal”. Llevaba una carta del servicio de urgencias de Psiquiatría de un hospital en la que estaba escrito un diagnóstico: Trastorno depresivo mayor crónico: F33. (296.3X). Al dármela, el paciente con sorna me dijo: “¡No creo que nos ayude mucho!”. En el trayecto del análisis este sujeto melancólico pudo desplegar sus identificaciones mortíferas, su secreto familiar, el impacto de la depresión de la madre y la locura del padre sobre él. Mucho tiempo más tarde me explicó el verdadero deseo que le había empujado a hacer varias tentativas de suicidio años antes: “lo que de verdad le hubiera gustado ser era un chicle abandonado, pegado debajo de un pupitre y olvidado”, a lo cual añadió “que ese tenía que haber sido su diagnóstico personal”. En efecto esa era su marca, el nombre propio de su manera de gozar fuera del goce fálico. Cuando el paciente pudo enunciar el germen delirante de esta idea tan singular despuntó una pacificación en su existencia con un momento de despertar y algo vivo lo empuja desde entonces a atrapar su propio deseo de estar en el mundo y “aunque no se sienta del todo normal, quiere dejar de ser un chicle abandonado”.

Lacan vaticinó el riesgo que suponía la entrada en la época del “hombre medio” y del hombre normal en una ya famosa entrevista del periodista Emilio Granzotto para una revista italiana llamada Panorama en 1974: “Desembaracémonos del hombre medio – decía ya entonces Lacan- porque en primer lugar no existe. No es sino una ficción estadística. Existen los individuos, esto es todo. Cuando oigo hablar del hombre de la calle, de encuestas doxa, de fenómenos de masa y de cosas de este estilo, pienso en todos los pacientes que he visto pasar sobre mi diván en cuarenta años de escucha. Ninguno, en ninguna medida, se parece a otro, ninguno tiene las mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de contarlas, el mismo miedo de no entender. ¿Qué es el hombre medio? ¿Yo, ustedes, mi portera, el presidente de la república?1

Es la hora de la acción, ¡desembaracémonos del hombre medio con una clínica del caso por caso!

  1. 1 Granzotto, E., Panorama, Mensuel n°428, junio 2014, p. 24.