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La hipótesis continuista en las psicosis

Serge Cottet permanecerá siempre con nosotros a través de sus enseñanzas. Fue un estudioso que no escatimó compartir sus investigaciones, sus descubrimientos, sus reflexiones. Para nuestro próximo Congreso… tenemos la suerte de poder contar también con su orientación.

 

 

La triplicidad freudiana, neurosis, psicosis y perversión, no podría mantenerse eternamente en cartelera en la clínica psicoanalítica. Confrontada a los “nuevos síntomas”, la psicopatología siempre ha buscado tipos clínicos intermedios, borderline, estados límites, o añadido una cuarta estructura. Una clínica como la de Lacan no procede por grados ni por un continuum clínico. La estructura de la psicosis se encuentra no obstante enmascarada por compensaciones y suplencias, compatibles con el lazo social y próximas a la “normalidad”, lo cual empaña las certezas estructurales. Tales son los fenómenos de vacío, de intensidad, de eclipses, de pasaje al límite, en el seno mismo de los tipos de psicosis. Justifican el sintagma “psicosis ordinaria” que exige una aproximación topológica con agujeros y bordes. La invención del síntoma para cada quien en particular, sin volver caduco el operador estructural neurosis/psicosis, muestra sus insuficiencias.

Nuestros clásicos

La discontinuidad caracteriza a la clínica freudiana.

Esta afirmación se verifica de modo particularmente contundente en las psicosis: la parcialidad estructuralista que prevalece en la clínica está motivada en gran medida por la necesidad de poner en evidencia una discontinuidad entre neurosis y psicosis, tanto en el plano que concierne al sentido de los síntomas como a aquel de los mecanismos (especialmente la oposición entre represión y rechazo). En términos más generales, ya en 1948 Lacan hacía de la Spaltung freudiana la esencia misma de la vida psíquica destacando la “discordancia con respecto a su propia realidad”.1

Durante los años ’50 y ‘60, la referencia a Levy-Strauss y a Jakobson proporciona entonces el arsenal conceptual necesario y suficiente para pensar el conjunto de los fenómenos de ruptura: indicar la presencia o la ausencia de un significante fundamental. El hecho mismo de recurrir al significante para la distribución de los fenómenos clínicos implica una oposición de todo o nada, de vacío o de suplencia. Lo que conviene llamar “corte significante” ya introduce en la clínica la localización de fenómenos discontinuos. Y ello contra la idea de un continuum clínico que prevalece, en cambio, en otros sectores del psicoanálisis o de la psiquiatría: hasta hace un tiempo, el kleinismo con su núcleo psicótico, y hoy la psiquiatría biológica y cuantitativa. De allí se desprende una concepción organicista o deficitaria de la psicosis que conduce a distinguir los tipos clínicos o las formas clínicas solo a partir de criterios de más o de menos, privilegiando el síndrome como entidad transestructural.

Es ante todo en la psicosis donde aparece una tal discontinuidad. En las neurosis, la sintomatología, tan variada y cambiante como sea, responde pese a todo a una cierta continuidad que asegura la inercia del fantasma. Diríamos, en cambio, que la ausencia de este registro en la psicosis deja una hiancia abierta a todos los suplementos que el curso de la existencia viene a proporcionar. Ya fue hecha esta observación en nuestro campo. Mientras que los síntomas neuróticos testimonian de la insistencia de un goce que vuelve siempre al mismo lugar, “para el psicótico, los trastornos tienen algo de imprevisible, de cambiante, aparecen más regidos por lo accidental que por una necesidad”.2 Los hechos son notables: éxtasis inopinado y actos inmotivados son índices de un defecto del nudo borromeo correlativo a una carencia de un fantasma fundamental, revelador de la tendencia de un real a emanciparse de sus lazos simbólicos o imaginarios.

Tenemos pues una oposición de principio y de método respecto a la orientación clínica que desconoce las estructuras en favor de los grandes síndromes. Mucho antes de Kernberg y sus estados límites, mucho antes de la extensión del síndrome depresivo, Fairbairn ya había extendido el concepto de esquizoide a todos los estados llamados transitorios. Así se multiplicaban los rasgos esquizoides tanto de la neurosis obsesiva como de la histeria.3

Podríamos multiplicar los ejemplos de una orientación psiquiátrica que, a títulos diversos – ya sea en sus clasificaciones, ya sea en la descripción de los síntomas –, favorece los tipos mixtos o los estados transitorios. De este modo, la clínica parece regida por un cierto continuum caracterizado por el déficit en mayor o menor grado. Este recordatorio de los grandes principios está confirmado por la práctica misma del psicoanálisis. Éste, en efecto, constituye un factor de discontinuidad sin común medida con su acción en las neurosis, donde la transferencia se encuentra siempre, más o menos, bajo la dependencia de una repetición. Ahora bien, las manifestaciones espectaculares de aquella en la psicosis – que van hasta el desencadenamiento mismo, bajo transferencia –, se caracterizan por los más severos efectos de la patología. En el peor de los casos, persecuciones, erotomanía, etc. Pero también puede producirse lo contrario: freno a la interpretación delirante y efectos terapéuticos notables.

Este recordatorio de los grandes principios que orientaron a la Sección Clínica del Departamento de Psicoanálisis de Paris VIII, desde su creación en 1975, podría no obstante ser confrontado a otra dirección epistemológica, así como a una investigación más profunda de la estructura lacaniana de las psicosis.

Desde un punto de vista fenomenológico, existe la dificultad de zanjar, por el criterio único de presencia y de ausencia, la oposición neurosis/psicosis.

Hoy nos vemos confrontados a una clínica borderline dominada por el concepto de personalidad y de estado límite, ciertamente en las antípodas de nuestra orientación. Sin embargo, no es cuestión de negar la existencia de fenómenos o de casos raros cuyo descifrado no se encuentra asegurado por la referencia única a diagnósticos preestablecidos. Por lo demás, las sorpresas que reserva la terapia nos fuerzan a repensar las clasificaciones ordinarias, a inventar diagnósticos adecuados a lo particular, más allá del tipo clínico. En nuestro campo, se trata de responder al desafío que representan el DSM III y el DSM IV mediante un avance concerniente a la doctrina de la forclusión y para tener de este concepto un manejo más concreto y rebelde a toda estandarización, tal como la que connota el singular genérico: “el” psicótico.

La importancia otorgada al concepto de suplencia, en el estudio actual de las psicosis, traduce la tensión que existe entre una clínica de la falta y una clínica del nudo. En una primera aproximación, el tratamiento de las discontinuidades en la psicosis invita a la confrontación del estructuralismo y de la intuición borromea.4

Luego de la Conversación de Arcachon

Esta tensión, advertida recientemente, dio lugar a una profundización teórica por parte de Jacques-Alain Miller, durante la Conversación de Arcachon.5

Basándose en la filosofía de Leibniz, el pensador de la continuidad, J.-A. Miller proponía articular conceptualmente lo discontinuo y lo continuo.6 Una intuición borromea se le aproxima. Ésta pone en evidencia el pliegue y el despliegue de los redondeles, la flexibilidad o la ruptura en los nudos. Pueden pues considerarse fenómenos de gradación. Por último, el binario continuo/discontinuo adquiere ante todo una importancia práctica. Se trata, en la medida de lo posible, de anticipar, de prever las rupturas, las crisis, los pasajes al acto, allí donde una apariencia de continuidad psicológica podría enmascararlos.7

Los casos raros, o inclasificables en apariencia, ilustran la necesidad de una clínica que no se satisfaga con el alpha y el oméga de la forclusión. Como si la respuesta a la pregunta “hay” o “no hay forclusión” bastara para prever o para predecir las consecuencias, los efectos, las crisis o las recaídas.

La utilización contemporánea y revisada de la categoría de síntomas a favor del aspecto creacionista de las psicosis – la invención de anudamientos específicos que suplen al Nombre del Padre – vuelve perceptibles soluciones elegantes o inéditas, a diferencia de la pura y simple carencia del Otro, el agotamiento progresivo de su significación. Y respecto a la fragmentación corporal, la elasticidad de lo imaginario, el pliegue, el litoral en lugar de lo literal.

Existen variaciones diferenciales de más y de menos, una elasticidad que la intuición borromea permite percibir en la fenomenología.

En suma, debe admitirse que la hipótesis continuista no está hecha para borrar la frontera neurosis/psicosis. Debe intervenir en la manera de descifrar, de acuerdo a una gama infinita y de modos muy variados, efectos parciales y efectos globales de la forclusión.

Es demasiado pronto para decir qué partido puede sacarse de esta orientación. En cualquier caso, no vemos en ella un instrumento de subversión del estructuralismo sino un medio de agotar todos los aspectos del significante en juego en las psicosis, sin reservarlos a la dominación del Nombre del Padre que daría cuenta o de su cadena o de su dispersión.

Esta orientación se muestra favorable a la combinación de dos principios: el principio leibniziano de continuidad – que estipula que es siempre y en todas partes lo mismo en un grado de perfección próximo – es capaz de combinarse con la distinción rigurosa de neurosis y psicosis. Es más bien la fenomenología misma de las psicosis – la evolución de ciertos delirios, las transformaciones infinitesimales y unos cuantos aspectos de la fenomenología del goce – que ilustran una combinación tal.

En 1978, el estudio sistemático de las Memorias del Presidente Schreber en la Sección Clínica se renovaba en función de los avances de Lacan hasta aquel momento: su topología de 1966, el Seminario sobre Joyce, la teoría del goce femenino o El Atolondradicho volvían evidentes ciertos fenómenos notables descriptos por Schreber y pasados por alto por Lacan en 1955. Una huella de este trabajo subsiste en el resumen que Jacques-Alain Miller había hecho de su desmontaje del esquema I.8

Un ejemplo notable de articulación de los fenómenos discontinuos y continuos es proporcionado por el propio Presidente Schreber, particularmente en el apéndice nº 4, sobre las alucinaciones.9 Luego de haber descripto lo real de sus estesias sensoriales, y de alucinaciones caracterizadas por un carácter “incompleto estilísticamente de las locuciones empleadas”,10 Lacan ha hecho notar especialmente el valor lingüístico de los enunciados scheberianos respecto a la oposición jakobsoniana de código y mensaje.11 Schreber proporciona una lista de mensajes interrumpidos que cuestiona el móvil mismo de Dios en esta acción. El Presidente observa bien, aparte de este carácter inconexo, un tempo, una cadencia, una modulación de los sonidos, un volumen de los murmullos. En suma, toda una clínica de más y de menos que contrasta fuertemente con la fragmentación del significante. Pero, ante todo, aporta la ley de la simultaneidad de dos series: continuas y discontinuas. Cuanto más lento hablan las voces al punto que el significante se vuelve incomprensible, más se acentúan los fenómenos de goce. Esta articulación es observada del siguiente modo: “Cuanto más se ha incrementado en mi cuerpo la voluptuosidad del alma – y ésta se encuentra en rápido y constante crecimiento, a consecuencia de la afluencia ininterrumpida y permanente de nervios divinos – tanto mayor ha sido la necesidad de hacer que las Voces hablaran más lentamente cada vez […].”12

Esta continuidad de los registros del significante y del goce fue objeto de un comentario en el artículo citado anteriormente. Muchos de los aspectos del delirio del Presidente Schreber podrían beneficiarse de un tal descifrado. Se apoya en la importancia de los fenómenos llamados asintóticos en la fenomenología de las psicosis que Freud ya había observado y que motivó la geometría lacaniana del Esquema I, regida por una referencia al infinito o por el encuentro de un punto rechazado al infinito.

Estos problemas epistemológicos no son enteramente nuevos. Encontramos su equivalente, mutatis mutandis, en la historia de la teoría de las psicosis en Lacan, particularmente en lo que concierne a su lealtad a Jaspers, en los años ’30, y a su rechazo al mecanicismo de Clérambault. La reversión radical, en los tiempos de “La causalidad psíquica”, destaca la importancia de los problemas denominados de la comprensión respecto al famoso proceso que responde, en cambio, a un determinismo mecánico que Lacan solo reestablecerá con la interpretación saussuriana del significante.13

La fragmentación del significante

Es el acento puesto por Lacan en los trastornos del lenguaje, a partir de sus trabajos sobre el caso Aimée, lo que justifica en el origen la orientación estructural y discontinuista en el campo de las psicosis: luego de 1953, la discordancia entre el significante y el significado, la significación personal y la teoría del desencadenamiento son los conceptos adecuados para dar cuenta del conjunto de los fenómenos de interrupción. La esquizofrenia es elocuente a este respecto.

La importancia otorgada por el propio Bleuler a los trastornos del lenguaje en la esquizofrenia es lo que mejor despeja los fenómenos significantes de discontinuidad. La ausencia de intencionalidad, la mecánica de las representaciones que no orienta ninguna Zielvorstellung (representación-meta), la importancia de saltar de un tema a otro y de la fuga de ideas, justifican el concepto de Spaltung en tanto que este designa una disociación entre el significante y el significado, más que un fenómeno de déficit.

Tal es el caso de los fenómenos de interrupción, que caracterizan particularmente a los síntomas catatónicos, como esos enfermos que se paralizan en medio de sus movimientos o cuya mano se detiene a medio camino y no vuelve a cambiar de posición durante varios minutos. Los fenómenos de catalepsia mezclados con el negativismo reducen los movimientos del cuerpo a máquinas de Duchamp o de Tinguely con las que se deleitaron Deleuze y Guattari en El Antiedipo. El célebre binario desarrollado por Bettelheim en el caso de Joey (connect-I cut), se descifra mejor por una discontinuidad de significante que por cualquier interrupción de flujo. El estudio de las estereotipias, mímicas y verbigeraciones confirma la ausencia de capitonado de esta mecánica significante mediante una significación simbólica cualquiera. Por lo demás, Bleuler demuestra bien el fundamento lingüístico del negativismo.14 En el plano de la personalidad, Bleuler hace una observación comparable concerniente a la doble o múltiple personalidad inscripta en el sujeto. Unas y otras están caracterizadas por una lengua totalmente diferente; por ejemplo: “Un paciente puede hacer los reproches más furiosos a su mujer para, al minuto siguiente, besarla como su mujer adorada y suplicarle que le ‘salve la vida’. Asimismo, el paciente habla habitualmente de modo amable y con su voz ordinaria al médico, e intermitentemente de modo confuso, mediante neologismo y con un tono singular, o murmurando a sus voces.”

Es evidente que esta Spaltung, que abre la personalidad a una “contabilidad múltiple”, pone fin a toda tentativa de aislar un pretendido síndrome de personalidad múltiple en el que vendrían a incluirse simultáneamente los desdoblamientos del obsesivo, los semblantes de la identificación histérica y las despersonalizaciones paranoides.

Para resumirlo, se trata de extraer las consecuencias de una clínica de suplencias que se presta a una gran variedad, que el concepto de forclusión y sus efectos no permiten deducir por sí solos. En esta perspectiva, podría admitirse que los tipos de síntomas relativos a una misma causa constituyen no obstante tipos clínicos muy diferentes unos y otros, de los cuales ciertamente no da cuenta el arquetipo abusivamente utilizado “del” psicótico. Este genérico, en efecto, induce una homogeneidad empero bien alejada de las categorías clínicas. Es amplia la distancia entre un autista mudo y un politécnico paranoico, pensase lo que pensase Maud Mannoni, para quien el segundo se proponía como ideal terapéutico al que el primero debía alcanzar.

Pueden parecer mucho más próximos a la observación el tipo obsesivo, inhibido y ritualizado, y el esquizofrénico mal diagnosticado. Así, una clínica estructural impone ir más allá de la observación para descifrar el síntoma. Y no puede hacerlo sino percibiendo las pequeñas diferencias, allí donde parece reinar un magma indiferenciado. Resta aún que esta observación escrupulosa se tome todo el tiempo que haga falta para esclarecer el campo de investigación. La forclusión no es un diagnóstico sino el concepto que concluye con una certeza diagnóstica.

Para parafrasear a Spinoza, que advertía contra el empleo abusivo de las ideas generales, se trata de no confundir al perro como animal que ladra y al perro como constelación celeste. Del mismo modo, entre un neurótico y otro, la distancia es tan grande como aquella entre el animal y la constelación. Si bien nada se parece más a un deprimido que otro deprimido, el hecho es no obstante que uno delira, mientras que el otro está afligido por un duelo.

Clínica de la metonimia psicótica: la hipótesis continuista en las psicosis

Para resumir el punto de vista que predominó en Arcachon, y el trabajo que continuó en Antibes, una clínica basada en la falta y la ausencia, y por lo tanto de la sustitución, puede completarse con una clínica de la conexión. Jacques-Alain Miller recuerda en qué condiciones había propuesto el concepto de causalidad metonímica, luego de una interpretación de una puntuación del Seminario XI: “Cuando la causa está ausente, los efectos danzan.” Añadía que, ya en la neurosis, conocemos el deseo como metonimia de la falta en ser, y que entonces podemos preguntarnos qué es la metonimia de la falla forclusiva. Por ejemplo, a qué conexión y consecuencia lógicas puede ser vinculado un delirio, independientemente de aquello que suple.

Los trabajos recientemente publicados y presentados en septiembre de 1998 ponen en evidencia, por ejemplo, modos de desencadenamiento distintos al tipo estándar, sin discontinuidad ni fractura. En su informe, Geneviève Morel distingue la entrada en la psicosis, Φ0, del desencadenamiento propiamente dicho, P0. En efecto, la entrada se caracteriza más bien por variaciones de intensidad en la relación del sujeto a su goce – y que provienen de lo imaginario -, sin que surja una discontinuidad significante, particularmente en ausencia de trastornos considerados de lenguaje.15

Entre las rupturas, los desencadenamientos y los pasajes al acto existen muchas series continuas a la cuales se las puede confrontar. Pueden así distinguirse los pasajes al acto de los pasajes al límite. Tomaré el ejemplo de la psicosis del matemático Cantor, esclarecido recientemente por el libro de Nathalie Charraud, Infini et inconscient.16 ¿No es acaso el padre de la hipótesis del continuo actual el más indicado para poner en evidencia los factores de continuidad en la evolución misma del delirio? El interés de la biografía de Cantor es que permite hacer series complementarias entre las etapas del descubrimiento de los transfinitos y las etapas de su delirio de filiación. Cuanto más se impone para él el reconocimiento de una paternidad teórica concerniente al infinito no numerable, más retrocede – en un distanciamiento progresivo hacia un punto asintótico llamado Ω – el significante mismo de Dios.

Se impone un diagnóstico diferencial entre Schreber y Cantor en función del tratamiento del infinito. Mientras que los problemas de límite son imaginarizados por Schreber en un registro espacio-temporal (extensión/dispersión o alargamiento/estrechamiento), en Cantor el pasaje al límite concierne a lo simbólico mismo. Dios no se distancia de su cuerpo al infinito, sino que se revela cada vez más inconsistente. Los progresivos desenganches, para utilizar el término de Jacques-Alain Miller, caracterizan a este distanciamiento asintótico del significante del Otro. A este respecto, Nathalie Charraud evoca el “desplazamiento” del Nombre del Padre en un más allá que la lógica le asigna. Su inconsistencia en lo simbólico lo destituye al mismo tiempo de toda consistencia imaginaria.18

Al seguir la biografía del autor, se ve claramente que los períodos de estabilizaciones son aquellos donde Cantor se mantiene alejado de los más grandes descubrimientos matemáticos. En cambio, el año 1999 – fecha de su locura – coincide con la demostración de la hipótesis del continuo. Por otra parte, muchos aspectos de los campos científicos que ha frecuentado destacan esta tensión entre la posibilidad o no de dominar mediante el número los fenómenos de continuidad, por ejemplo su odio a la geometría, dependiente del objeto mirada.

Por último, se observará que si bien las “construcciones lógicas son psicóticas”, como lo dice Lacan, en sus conferencias en Yale,19 las audacias doctrinales y la ciencia del infinito permiten diferenciar la regresión tópica al estadio del espejo.

Es cierto que los límites de lo simbólico empujados al infinito no evitan la sanción de lo real: para Cantor, el kakon oscuro de su ser retorna en el delirio coprofágico.

Para concluir, llegamos a una cierta disimetría entre neurosis y psicosis, no obstante muy alejada de aquella que observamos al comienzo. En contraste con las discontinuidades bien conocidas, hemos destacado el interés de los fenómenos de continuidad en la psicosis. Con todo, debe admitirse la riqueza de los fenómenos de ruptura, de rectificación subjetiva, de reversión en la neurosis, como también en la perversión, donde el eje imaginario favorece reversiones que Lacan por otra parte formaliza mediante pasajes al límite en matemática, de lo más infinito a lo menos infinito. Asimismo, la dialéctica del yo y del deseo está estructurada por la intermitencia.

Es por ello que una reforma del entendimiento clínico haría bien en tomar inspiración en una referencia a las ciencias afines (álgebra, topología) para tratar el binario continuo/discontinuo. Quedamos en estas sugerencias.

**  Artículo publicado inicialmente en Psychose et discontinuité, l’enfant terrible, thèses et travaux, Revue clinique annuelle [du département de psychanalyse, Université de Paris VIII], nº 2, L’Essai, 1999, y más tarde reeditado en Cottet, S., L’insconscient de papa et le notre, Éditions Michèle, Paris, 2012, p. 155-168, en cuya versión se basa la presente traducción

Traducción: Lore Buchner

  1. Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”, en Escritos 1, Siglo XXI Editores, México, 2009, p. 100.
  2. Crémniter, D., Maleval, J.-C., “Contribution au diagnostic de psychose”, Ornicar ¿, nº 48, Navarin, 1989, pp. 69-89. La traducción es nuestra.
  3. Cf., Fairnbaim, R., “Les facteurs schizoïdes de la personnalité”, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 1952, nº 16.
  4.  Sobre esta cuestión y sobre la interpretación contemporánea del estructuralismo, puede consultarse el texto de Claude Levy-Strauss publicado en Critique, nº 620-621, 1999.
  5.  El 5 y 6 de julio de 1997.
  6.  Miller, J.-A. et al., Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 324
  7.  Íbid., p. 327.
  8.  En La Lettre de l’École freudienne de Paris [boletín interno de l’École Freudienne de Paris], nº 27, 1979.
  9.  Schreber, D.-P., Memorias de un enfermo de nervios, Editorial Sexto Piso, México D.F., 2003, , pp 304-313.
  10.  Íbid., cap XVI sobre el “sistema de cortar la palabra”, p. 306.
  11.  Íbid., p. 307
  12.  Íbid., p. 307.
  13.  Sobre este punto, ver el artículo de François Leguil, “Lacan avec et contre Jaspers”, Ornicar ?, nº 48, p. 21 y siguientes, Paris, Navarin, 1989.
  14.  Bleuler, E., Démence précoce ou groupe des schizophrénies, Paris, EPEL, 1993, p. 262.
  15.  Miller, J.-A et al, La psicosis ordinaria, Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 65.
  16.  Charraud, N., Infini et inconscient : essai sur Georg Cantor, Paris, Anthropos-Economica, 1994.
  17.  Íbid., p. 242.
  18. Lacan, J., “Yale University, Kanzer, Seminar, 24 novembre 1975”, Scilicet, nº 6-7, Paris, Seuil, 1976, p. 29.