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Vivimos “de prestao”

Una mujer afectada por un dolor de existir que empaña su vida desde la infancia se presenta con esta frase en el dispositivo de psicoanálisis aplicado donde la atiendo: “En la vida estamos de prestao”.

Un joven, al que cada tanto el sinsentido de la vida le deja exangüe, me dice: “Tengo el sentimiento de que mi vida se apaga, deja de tener sentido, el concepto de la muerte se apodera de mí, la muerte se convierte en una losa, tengo el sentimiento de haberlo vivido ya todo”.

“Mi vida no tiene ningún sentido” es el leitmotiv repetido por una joven para quien sólo la música podría paliar algo de esa falla fundamental que afecta a su existencia.

Lacan en su escrito de 1957, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, caracteriza las dificultades del sujeto psicótico con la vida como “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida”i.

Una identificación primordial

Cuando presenta el esquema Rii en este mismo escrito, afirma que “la constitución subjetiva que condiciona la percepción de la realidad que la psicosis trastorna, se fundamenta en una identificación fundamental a la imagen fálica a través de la cual el sujeto se identifica con su ser de vivo”.

En esta identificación el falo juega un papel primordial, aunque Lacan no habla aquí del falo como significante sino como imagen fálica donde el sujeto se identifica con su ser de vivo.

Esta identificación nos retrotrae al estadio del Espejo utilizado por Lacan primero como matriz del narcisismo y articulado a la castración, después. Una vez que ha introducido el falo situándolo en el Otro bajo la forma del deseo del Otro, Lacan puede distinguir la imagen especular, de la imagen fálica. La imagen fálica retiene un reservorio de libido que no pasa a la imagen especular descompletándola y haciendo de esta sólo el canal por donde la libido inviste el objeto, inviste al partenaire. La imagen fálica con su reservorio de libido es el fundamento del yo y del amor propio.

La introducción de la castración en el funcionamiento del Estadio del Espejo implica que hasta para sostenerse en su posición de narciso el sujeto precisa del Otro. El Otro en cuestión, el que sujeta al niño ante el espejo, es un ser hablante, un ser deseante y a él volverá el niño su mirada para obtener su aprobación. En este juego de miradas su imagen se libidiniza a no ser que se produzca un accidente que lo impida, pues el Estadio del Espejo no funciona automáticamente. Podemos pensarlo como una función de anudamiento de las tres dimensiones, RSI, siendo Real lo que Lacan en ese mismo texto llama “el sujeto (S) en su realidad como tal forcluida en el sistema”, o cuando evoca su inefable y estúpida existencia, es decir una existencia por fuera del sistema simbólico y de la que lo simbólico no puede dar cuenta. Señalemos que lo Real es “su realidad forcluida fuera en el sistema”.

Por estar atravesado por la pregunta por su existencia el sujeto necesita identificarse a su imagen fálica para que la existencia real se anude a lo simbólico.

Esta identificación primordial por la que el sujeto se identifica a su ser vivo implica también la vida del deseo, es decir la vida que está articulada a la falta introducida por la castración. El deseo del Otro es necesario, el sujeto está ya identificado en el Otro como niño deseado por el significante del falo. El falo da su significante a esta vida del sujeto que es el deseo, de ahí la función de la imagen fálica que le va a permitir su identificación con su ser de vivo. Esta identificación primordial tiene un papel mediador permitiendo que lo real se anude a lo Simbólico.

Hay un real de la vida para el ser hablante que está por fuera del sentido y por fuera de lo simbólico, pero hay también la vida del deseo que da un sentido libidinal a la vida aunque ésta esté recortada por el menos que introduce la castración. En la identificación a la imagen fálica la existencia se anuda al deseo.

Si bien el sujeto $ se inscribe en el sistema simbólico representado por el significante, es decir que es como muerto como entra en el juego significante, será como vivo como habrá de jugar la partida.

El sujeto no aparece como vivo más que cuando hace su entrada en lo reaiii, lo que implica haberse sustraído del Otro y poder articularse a la demanda que le permitirá nacer como sujeto libidinal dotado de la vida del deseo, una vida que por otra parte, no está separada de la muerte, ya que incluye el efecto negativizante del lenguaje.

Pero cuando esa identificación primordial fracasa, cuando el sujeto no se identifica con su ser de vivo, vemos aparecer un agujero en lo imaginario causado por la falta de identificación que provoca “un desorden en la juntura más íntima del sentimiento de la vida” como sucede en la psicosis.

Sus formas extremas las encontramos tanto en el asesinato del alma Schreberiano, como en el dolor de existir que puede llegar hasta la melancolía. Y en el extremo opuesto, en la vitalidad patológica de la manía, siendo que manía y melancolía pueden alternarse.

Por el contrario, el sentimiento de la vida en el sujeto está estrictamente correlacionado al deseo, el cual determina las identificaciones, ya sean éstas imaginarias o simbólicas. Todas están determinadas por el deseo y pasan por la mediación del significante fálico, excepto claro está, si se trata de la psicosis donde encontramos identificaciones producidas sin la mediación fálica.

Por eso cuando “vivimos en esta vida de prestao” no sentimos que la vida nos pertenezca, el sentido libidinal falta y el dolor de existir la invade, la vida se convierte entonces en algo demasiado duro, demasiado insoportable.

i Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos, Ed. Siglo, 1978, pág. 244.

ii Ibidem, pág.238.

iii Lacan, J., “Observaciones sobre el Informe de Daniel Lagache”, Escritos II. Ed. Siglo XXI, 1978, pág. P.276.