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Paranoias y locuras de la vida cotidiana

La paranoia apenas tiene en la actualidad un lugar en las clasificaciones internacionales de referencia para la psiquiatría (CIE-10 de la OMS y DSM V).

Fue Griesinger, en 1845, el primero en dar cuenta de la paranoia y, al mismo tiempo, fue uno de los máximos defensores de la idea de convertir las enfermedades mentales en enfermedades cerebrales. Greisenguer sostuvo un modelo de psicosis única articulando los distintos polos de los trastornos, los afectivos, ideativos y deficitarios.

Kraepellin a finales del siglo XIX la incluye en el grupo llamado de la “demencia precoz”. De esta forma quedó reducida a un mínimo cuadro caracterizado por el desarrollo insidioso de un sistema delirante permanente e inamovible, surgido a consecuencia de causas internas, con total mantenimiento de la claridad y del orden en el pensar, el querer y el actuar. Esta perspectiva de la paranoia interpelaba radicalmente su visión de que la enfermedad mental tenía que acarrear deterioros, discapacidades y afectación de los actos y las determinaciones propias de la locura.

Esto llevará a Lacan a decir que “Esta definición, fruto de la pluma de un clínico eminente, tiene algo llamativo, y es que contradice punto por punto todos los datos de la clínica”[i].

A raíz de publicarse en la segunda década del siglo pasado la monografía de Bleuler sobre las esquizofrenias, las últimas ediciones del Manual de Kraepelin y la Psicopatología General de Jaspers la noción de paranoia se ha visto cada vez más en entredicho por parte de la psiquiatría. Por un lado se disolvía en el campo de la esquizofrenia y por otro en el campo de la psicosis maníaco depresivas.

En este contexto hay que entender la tesis doctoral de Lacan sobre el caso Aimée en 1932 en la que el delirio de una mujer se desvanece a partir de un pasaje al acto y de su encierro en prisión lo que cuestiona los postulados mayoritarios de la psiquiatría alemana y de sus propios maestros en Francia.

 

Los impasses de Freud

En “Las neuropsicosis de defensa en 1894”, Freud trata de encontrar los mecanismos psicológicos y su enlace entre las dos neurosis –histeria y obsesión- y la psicosis.

En el caso de las psicosis considerará una modalidad de defensa radical frente a las representaciones intolerables y empleará el término Verwerfung que Lacan rescatará traduciéndolo como forclusión.

En 1896 escribe el caso de la señora P, un caso de paranoia crónica. Estaba casada hacía tres años y era madre de un niño de dos. La enfermedad se inicia seis meses después del nacimiento de su hijo. Comenzó por hacerse reservada y desconfiada, mostrándose descortés en las relaciones sociales que cada vez eran más escasas. Ella tenía la certeza de que los habitantes de esa pequeña población en la que vivía habían variado de conducta y de que todos –parientes y amigos- la desconsideraban y hacían lo posible por irritarla. Poco tiempo después comenzó a pensar que era observada, que la espiaban por la noche mientras se desnudaba y que sabían lo que pasaba en su casa. Estaba deprimida y casi no se alimentaba.

Freud procede en el tratamiento, como en las neurosis, suponiendo que había pensamientos inconscientes y recuerdos reprimidos susceptibles de ser atraídos a la conciencia venciendo a la resistencia. Lógicamente este trabajo analítico produce la aparición de determinadas ideas que Freud consideraba inconscientes, dándose la posibilidad de referir también a la represión la obsesión de la paranoia.

Aquí podemos observar la ambivalencia en la que se mueve Freud en relación al mecanismo de la psicosis en estos años. Por un lado habla de rechazo y por otro de represión, haciéndolo equivalente al mecanismo de la neurosis.

Es evidente que Freud se esfuerza en aislar la especificidad de un mecanismo psicótico, pero no lo consigue. En este caso nos encontramos con los límites del psicoanálisis, en sus comienzos, en el tratamiento de la psicosis.

Posteriormente Freud elabora su principal contribución a la psicosis en “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente”, de 1911. Para Freud, la psicosis tenía básicamente dos momentos: uno de retracción libidinal en el que la libido se retiraba del mundo externo y traía como consecuencia la pérdida de la realidad y un segundo momento, el de la eclosión de la enfermedad, que es el propiamente delirante y alucinatorio. Para Freud la formación delirante era, en realidad, un intento de restablecimiento y de reconstrucción de la enfermedad.

En la carta a Jung (nº 25) del 23 de mayo de 1907 Freud subraya que considera la paranoia como un buen tipo clínico y la demencia precoz –las actuales esquizofrenias- como un mal término nosológico. Realmente para Freud la paranoia representa el modelo teórico más importante de la estructura psicótica, siendo Schreber el caso más paradigmático.

 

La perspectiva lacaniana

No olvidemos que Lacan, antes de designar la histeria como el estado fundamental del sujeto, había empezado por decir que la paranoia es el estado nativo del sujeto. De hecho Lacan hace referencia en una sola ocasión a la esquizofrenia en su escrito “El Atolondradicho” bajo la fórmula del “dicho o llamado esquizofrénico”.

En el primer momento de su enseñanza, que Lacan llama sus antecedentes”, considera que para hacer un cuerpo se precisa un organismo vivo más una imagen. Lacan atribuye a la unidad de la imagen el sentimiento de unidad del cuerpo.

El infans no habla, aunque está sumergido en un baño de lenguaje, aún no dispone de la función de la palabra, hay una prematuración del nacimiento y padece de la experiencia de un cuerpo fragmentado, de un cuerpo que no puede gobernar. Sin embargo, el campo visual está altamente desarrollado. En estas circunstancias sucede la experiencia del espejo, que hay que entender como un dinamismo libidinal. El rasgo fundamental de este dinamismo libidinal es que él va a identificarse con una imagen que le presta el otro, con una imagen total del cuerpo. Gracias a la imagen se puede establecer una relación entre el organismo, el cuerpo fragmentado y la realidad o la percepción de la unidad del cuerpo.

Esto quiere decir que el sujeto se experimenta como yo en el lugar del otro, a partir de la imagen del otro, imagen del yo que constitutivamente es alienada al otro. La imagen es la suya pero al mismo tiempo es la de otro porque está en déficit respecto de ella. El otro es aquel en el que me veo y a partir del cual constituyo las identificaciones imaginarias y simbólicas. Así se inscribe la matriz de lo imaginario.

Esto explica la relación de agresividad imaginaria con el semejante, esa agresividad ambivalente, porque el semejante es siempre alguien que lo suplanta, que está en su lugar. Esto explica también la relación paranoica inicial del hombre con su objeto en la medida en que el objeto le interesa porque siempre hay un otro dispuesto a quitárselo.

En esta época hay que tener en cuenta los desarrollos de los post-freudianos en EEUU que toman la segunda tópica de 1920 como referencia central y piensan el yo (moi) como instancia central de la personalidad dotada de una función de síntesis y de ahí que el psicoanalista tiene que reforzar el yo para llevar al paciente a la realidad.

Abordar la cuestión del yo a partir del estadio del espejo lleva a algo muy distinto, porque el yo no es algo unificado sino más bien un desorden de identificaciones imaginarias que reaparecen sucesivamente en la experiencia analítica. El yo para Lacan es originariamente una trampa y está constitutivamente en un registro que lo empuja a la rivalidad y la agresividad: o yo o el otro, la agresividad es constitutiva del ser humano por la forma en que se produce desde el principio.

El escrito “La agresividad en psicoanálisis” define la agresividad como constitutiva del sujeto y termina ubicando al psicoanálisis mismo como una paranoia dirigida[ii].

De esta forma, la relación imaginaria es un desorden y sobre este desorden intervendrá el orden simbólico.

En el comienzo de su enseñanza a partir de los años 50 Lacan subrayará la necesidad de que el infans tenga que pasar por la alienación al Otro del lenguaje para que pueda advenir como sujeto. Pero la inclusión del orden simbólico incluye al mismo tiempo una de las claves para entender la afinidad de la estructura del sujeto con la paranoia.

Jacques-Alain Miller nos dice: “Digamos que la maldad es una significación fundamental que está ligada como tal a la cadena significante. Por el solo hecho de que un significante se enganche con otro, hay un efecto de significación, y si hay uno, puede haber otros. Dicho de otro modo, hay sobreentendidos; se trata de una propiedad general de la cadena significante. Siempre se puede interpretar de otra manera y, por esto mismo, hay sobreentendido. Ahora bien, ¿Por qué sobreentendemos en vez de hacer entender? ¿Por qué debemos descifrar lo que se dice a escondidas? Todo lleva a suponer que no podemos decirlo de frente porque es malévolo. Por lo tanto la significación de malevolencia está asociada al simple hecho de que el significante suplementario hace variar la verdad de un enunciado…Por el solo hecho de que sus progenitores hablen de él, todo un discurso precede su llegada al mundo. Se charla acerca de él. Y muy probablemente esto es lo que constituye un otro malvado, otro que no tiene buenas intenciones. Esto define el estatus primario del Otro. Desde esta perspectiva podemos suponer a cualquier Otro un goce malvado, porque el goce del otro siempre nos es desconocido”[iii].

Es decir que la dimensión de la paranoia, del malentendido, la encontramos en la misma estructura del sujeto independientemente de si se trata de una neurosis o de una psicosis.

En la clínica psicoanalítica nos encontramos habitualmente como el fantasma neurótico sitúa al Otro en un territorio muy próximo al de la maldad y de la misma manera encontramos a sujetos en los que la temática delirante de tipo paranoico puede pasar claramente desapercibida.

Una paciente de presentación histérica con rasgos melancólicos me pudo hablar un año después de iniciado su trabajo analítico de su delirio acerca de la maldad del Otro, de los demonios y los ángeles que la protegían, delirio que finalmente pudo ser alojado en la transferencia. Poco después ella misma vino a la consulta diciéndome que había consultado en Internet y que lo que a ella le pasaba eran ideas paranoicas.

Tal y como he señalado anteriormente Lacan va a partir de la relación específica del sujeto con el lenguaje y terminará aislando de los escritos de Freud un concepto que hasta entonces había pasado inadvertido o no había llamado la atención: verwerfung.

En el texto “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” de 1958 pondrá el acento en lo que al psicótico le falta para ser neurótico, le falta el significante del Nombre del Padre que le da sentido a la vida y le permite significar el goce de su cuerpo y el goce del cuerpo del Otro.

En el texto de presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber nos da una indicación muy valiosa para pensar la dimensión paranoica de la psicosis: “¿No es acaso esto lo que nos permitirá una definición más precisa de la paranoia como identificando el goce en ese lugar del Otro como tal?”[iv].

De esta forma, el axioma que resume la posición de Lacan en relación a la posición subjetiva de lo que la psiquiatría ha reconocido con el nombre de Paranoia es “el Otro goza de mí”.

Jacques Alain Miller subrayará que: “La paranoia es una patología, sin ninguna duda, y sin embargo Lacan dice también que la personalidad como tal es paranoide… es imposible ser alguien sin ser paranoico. Es imposible ser alguien de quien se habla, alguien cuyo nombre circula en el discurso del Otro, siendo por ello mismo vilipendiado, difamado al mismo tiempo que difundido, es imposible ser alguien sin el sostén de una paranoia. Es simplemente decir que el Otro social es siempre otro malvado, que quiere gozar de mi, utilizarme, hacerme servir para sus usos y sus fines.”[v]

Lacan dice al final de su enseñanza: “Todo el mundo es loco, es decir delirante” lo que nos interroga acerca de la clínica diferencial entre el carácter cuasi delirante del fantasma neurótico y del delirio razonado del paranoico. Esto plantea muchas cuestiones de carácter clínico en relación a la transferencia y el trabajo de la psicosis que serán puntos a dilucidar en el próximo Congreso de la AMP en Barcelona.

 

Las derivas de la civilización

Podríamos añadir que esto coincide con el actual estado de la civilización donde todo sujeto es sospechoso, en el que el lugar del Otro se vuelve persecutorio y donde el sujeto padece la tormenta del Otro. Esta es la perspectiva de Lacan. El Otro lo vigila, lo persigue, penetra y sabe de sus pensamientos más íntimos, el lenguaje interviene sin que sea regulado por la represión, no hay ningún velo, nada sucede al azar, todo sucede en una lógica constituida por la maldad del Otro.

En la civilización actual el desarrollo de la ciencia y la tecnología al servicio del control y de la explotación de los nuevos servicios de los Big-Data pueden actuar como promoción de esa estructura del sujeto que tiene esa misma dimensión paranoica. La ciencia y la tecnología desarrollan un poder y un saber sobre nuestros modos de vida que no deja de ser inquietante para el ser humano.

Puede ocurrir, en algunos casos, que el mismo paranoico en su delirio de restitución de la maldad pueda encarnar una figura como instrumento de la salvación y encarne un discurso en el que la segregación del Otro pueda ser una respuesta a la falla de su misma estructura.

Puede ocurrir que determinados discursos que promueven el odio y el rechazo de lo diferente hagan eco en esa misma estructura subjetiva promoviendo identidades que resignifican el agujero forclusivo.

Una hipótesis podríamos poner en juego. Si la pulsión segregativa encuentra en Europa y en el mundo, en la actualidad, la fuerza y la intensidad que nos sorprende, esto no es casual desde la perspectiva del psicoanálisis. El odio al Otro, al diferente que se presenta como malvado, es una de las manifestaciones de la locura de la civilización y de la vida cotidiana.

 

[i] Lacan, J., Seminario III: Las Psicosis, Paidós 1998, pág. 31.

[ii] Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”, en Escritos I, Paidós 1998, pág. 102.

[iii] Miller, J.-A., Cuando el Otro es malo, Paidós 2011, pág. 76.

[iv] Lacan, J., Intervenciones y Textos, Manantial 1988, pág. 30.

[v] Miller, J.-A., “La salvación por los desechos”, en El Psicoanálisis nº 16, Revista de la ELP.  Noviembre 2009, Barcelona, España, págs. 15 a 23.