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Clínica continuista, bajo transferencia

Con la clínica continuista –y eso puede parecer sorprendente– el psicoanalista puede dejarse llevar por la solución, el sinthome, que ha podido encontrar el que, sin embargo, se dirige a él y pide ser uno de sus analizantes. Entonces, puede ser que en el momento mismo en que el analista parece comprometerse en la transferencia por la demanda que le ha sido hecha, se aparte de ella, confundiendo eso con la neutralidad del analista: se encuentra ya instalado en el primum non nocere que, para él, la detección de una “psicosis ordinaria” justificaría. A fuerza de ahorrarse el tener que sostener la transferencia, henos aquí al analista, llegado a ser un adepto de Erixímaco y su harmoniai, del acuerdo, el orden, digamos, lo ordinario que ahora constituye la norma. Es contagioso y extensivo, hasta el punto de que el concepto de psicosis ordinaria, tan pertinente cuando no es soslayado, puede llevar al analista hoy a buscar refugio en ese saber del cual se reclama, para no saber nada de lo que le concierneii. No es más que en y por la transferencia como una clínica puede aprehenderse, cuando no se la rebaja del lado de los signos, por discretos que sean, de lo que sería una constelación, más o menos ordenada o suministrada, de esos shifters que suprimirían toda incerteza que habría en arriesgarse a la falta de armonía, en comprometerse en una dialéctica del desacuerdo.

La clínica continuista no refrenda la desaparición de la discontinuidad propia de la clínica estructuralista, de la neurosis en su oposición radical a la psicosis concebida a partir de la forclusión de un significante fundamental, el Nombre del Padre: hace valer alternativas al concepto de una estructura establecida una vez para siempre. Jacques-Alain Miller ha demostrado cómo, a partir de Leibniz, no se pasa de un estado a otro con un salto, sino con una serie infinita de estados intermediosiii. Es lo propio de toda diversidad y esta dimensión de continuidad es lo que se aplicaba naturalmente a las psicosis. La forclusión generalizada lleva la cuestión más allá de las psicosis. Esta manera de abordar la clínica es mejor a la hora de dar cuenta de las gradaciones, que son las singularidades de cada parlêtre, en el uno por uno de los anudamientos los cuales destacan en la perspectiva aproximación borromea.

Así pues, el abordaje continuista no es el de la continuidad, sino más bien el de la emergencia de fenómenos discontinuos, ligados a las variaciones del anudamiento y de su puesta a prueba de los encuentros que puede hacer un parlêtre. De hecho, en la continuidad, existen variaciones, rupturas, singulares de cada uno y comunes a todos, más evidentes en los psicóticos. E incluso, es precisamente en estos momentos de ruptura cuando el anudamiento, la solución encontrada puede ser puesta radicalmente en tela de juicio, sumergiendo a algunos de esos sujetos en los tormentos de las emergencias psicóticas, a otros en vivencias intensas de angustia o rebajamiento próximo al dolor moral, que les lleva a veces hasta el punto de poner su vida en peligro. Estos estados, estos momentos de ruptura no son privativos únicamente de los psicóticos; pueden ocurrir también en sujetos neuróticos. El anudamiento puede rehacerse, pudiendo el trabajo en la transferencia resultar preponderante, sin prejuzgar acerca de otro desanudamiento bajo las acometidas de un goce no regulado. Esta trayectoria hecha de estabilización del anudamiento –tiempo de los signos discretos– y de rupturas –instantes de precipitación, derrumbamientos– puede ser también la de las psicosis ordinarias. ¿Por qué iban a librarse de ello?

El sujeto psicótico, ordinario u otro, que se dirige a un analista, intenta por medio de su trabajo en la transferencia y a partir de una posición ética a la que se ciñe, hacer de estas rupturas una discontinuidad. En este sentido, el analista que se compromete a este trabajo de transferencia no lo hace para mantener lo continuo, sino para hacer posible un paso más, en un trabajo psicoanalítico que le lo lleva a arriesgarse a la disarmonía, al desacuerdo.

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El impulso de decir

Esto da una idea de lo que es la implicación en acto del psicoanalista, cuando acepta tomar en análisis a un sujeto psicótico, incluso ordinario. En esta elección a la que la modernidad lo empuja, hace falta aún que no se encuentre estorbado por este paciente, que no se quede incomodado por este analizante “como una gallina que ha encontrado un cuchillo”iv; dicho de otra manera, que no sepa por donde hacer pasar el corte. Si no, las entrevistas irán muy rápido hacia un empobrecimiento de los intercambios entre el paciente y el analista. Corresponde al analista, y esto es esencial, saber guardar en el lazo transferencial una parte viva.

La inclinación a desanimarse domina muy rápidamente, en particular en los sujetos bajo tratamiento medicamentoso, pero no únicamente en ellos. Entonces, es difícil volver a encontrar la trama, incluso el hilo conductor de lo que fue la palabra, a veces el delirio, que los animaba en la época inicial. A la larga se notan verdaderas reestructuraciones, que van en el sentido de un vaciamiento del afecto, una caída del impulso delirante a veces reemplazado por un autoescarnio chirriante. A fortiori, no queda, señala J.-A. Miller, más que “la envoltura vacía del delirio”. Es lo que denomina la “persona de tratamiento”, que viene a sustituir, a la larga, a la “persona salvaje” que ya no es accesiblev. Eso es verdad también para las psicosis ordinarias sinthomatizadas, cuando han alcanzado un modo de estabilización, de suplencia, que el nuevo anudamiento ha recubierto completamente, ha enmascarado. En fin, casi; y allí está toda la sutileza de esta clínica bajo transferencia.

En otros casos, este anudamiento no ha tenido lugar y, fuera de un sufrimiento difuso, la clínica resulta empobrecida. El paciente se encuentra vacío de intención, a veces ya no se sostiene más en las palabras. Es como si la palabra [la parole] hubiera perdido su función de embrague del movimiento que dan las palabras [les mots] hacia el Otro. Para muchos, esta palabra sostenida en la transferencia es lo que hace que la palabra sea más fluida, en las sesiones o fuera de ellas. “Pasearse entre las palabras, entre las ideas” es lo que decía con una expresión afortunada un analizante hablando de lo que el análisis le hacía posible; le hacía falta la transferencia, para que las palabras, las ideas se atasen unas a otras y que su vida relacional se pacificara.

Podemos encontrar allí una de las dificultades a la hora de cernir la diferencia entre esta clínica y la de las psicosis ordinarias. Aún más, cuando persiste el esfuerzo por bien decir, pero sin el impulso a decir. En los analizantes en los que la “persona de tratamiento” está en el primer plano, el impulso debe venir del Otrovi. Le corresponde al analista sostener, con lo que puede animarse en la transferencia, el interés por la parte, digamos, palpitante, animada. A este respecto, J.-A. Miller utiliza palabras muy fuertes, hablando de “suicidio permanente del lenguaje”, de “palabra [parole] que muere en cada palabra [mot]”vii. Se pide al analizante que cuente una parte de su vida, una situación particular, mas no puede sostener la construcción de su historia. Comienza, luego se apaga. Las palabras quedan aisladas y una palabra no se engancha a la otra en una narración. “Uno se las ve con significantes que caen como piedras en un pozo”viii.

Esta clínica de la enfermedad, bajo tratamiento o no, pero muy empobrecida, nos importa, porque es tal vez allí donde se sitúa lo más indispensable del interés por el sujeto: ¿cómo hacer que estas “piedras” no caigan en el pozo? ¿Cómo pasar de una “clínica de la enfermedad” a un trabajo bajo transferencia, fundado en una práctica psicoanalítica? En la relación con estos sujetos, la palabra debe ser siempre sostenida allí donde desfallece, para que las palabras se articulen entre ellas. Debe serlo también allí donde pueda manifestarse la reticencia más fuerte. Podríamos utilizar, para esta cura adaptada, una modalidad inventada por Lacan para sostener, hacer posible una transferencia con Aimée. Él mismo optó por conversaciones “sin orden ni concierto”ix, que permitían que ella se expresase allí donde se callaba obstinadamente, en cuanto puntos conflictivos eran abordados más directamente. Se establecen conversaciones dirigidas hacia los márgenes, pero cuya dirección asegura el analista.

Queda aún la dificultad mayor de hallar el camino intermedio que mantenga al analizante a distancia tanto de la erotomanía como del vaciamiento de todo afecto. La paradoja es que este “camino intermedio” no se encuentra sin un acto que la contingencia haga posible. Una mujer joven, en análisis desde hace mucho tiempo, se encuentra, aunque nada lo dejaba prever, en un momento dado de su vida, desesperada; un dolor moral la lleva más allá de los remordimientos o la culpabilidad. Las palabras ya no contienen nada de lo que la conmovía antes. Es un peligro para su hijo y no ve otra solución que darse la muerte, para librarlo de su presencia dañina. El analista sabe que tranquilizarla sería precipitarla. En esta urgencia de la vida, el analista se oye a sí mismo decirle: el niño que fui en el lugar donde está su hijo hoy, hubiera preferido, a todas las dificultades que vivía su madre, que se quedara cerca de él”. Tanto el analista como la analizante se quedan pasmados ante este enunciado. Ella dice con gran emoción, con el rostro conmocionado, estar sorprendida de haber sentido en este instante otra vez amor por su niño. Algo de vida late de nuevo en ella.

La transferencia, tan singular a causa del riesgo constante de tomar un giro al exceso, no por eso es menos inventiva; no es compatible con posturas congeladas y temerosas. Por el contrario, incluye a la vez, compromiso, flexibilidad y, además, una parte de semblante.

La libertad, prestarse al semblante

El analizante puede introducir él mismo esta modalidad relacional donde el semblante tiene su lugar necesario. Por ejemplo, en su relación con voces, puede pedir al analista, llamado aquí en oposición a lo que obstaculiza su libertad, que lo libere de la coerción que ejercen sobre él, pero también que no se haga demasiado presente, en una rivalidad con lo que le habla. Que acepte, por un lado, hacer como si [faire semblant]. Un analizante lo formulaba muy bien: “No puedo pretender  la harmonía, pero sí a vigilar lo que ocurre dentro de mí. Siempre estaré ante eso, así que siempre en análisis, si quiero sostener, por poco que sea, algo de ética. No pretenda normalizarme, soy un no creyente en el inconsciente. Siga usted haciendo como si creyera en mis chorradas”.

Que el analista acepte dejarse engañar, que sobre todo no exija “la verdad”. No la verdad que siempre la palabra erra, sino aquella que permite la encuesta y la vigilancia hospitalaria. En el polo opuesto a la persecución de las “producciones patológicas” del paciente, es importante dejar espacio para la libertad de no decir. Es lo que algunas veces los analizantes presentan como una mentira, para indicar que la disimulación de sus xenopatías les ha permitido proteger en ellos una parte de libertad, no estar completamente atrapados en la alienación, apoyándose en la transferencia. Paradoja de esta transferencia donde el maquillaje -para retomar un término que se escucha bastante a menudo en la práctica- es lo que concede un poco de espacio al sujeto psicótico; su libertad está en la mentira que el Otro de la transferencia no intenta desvelar.

El psicótico plantea él mismo la cuestión de la libertad del lado de una elección, del lado de la ética. Si no quiere depender de nadie, en todo caso si su pregunta no está colgada de la del Otro, en particular del amor del cual se mantiene a distancia, eso le vuelve bajo la forma de ser amado por este otro, hasta el punto de ser perseguido. Así pues, su libertad, su margen de maniobra en relación a los otros, al Otro, puede entrañar este maquillaje, aunque sea al precio de ser encerrado.

Ocupar el lugar del Otro de la transferencia con un sujeto psicótico exige inventar desde una posición que no se debe encarnar hasta el punto de tomarse por el destinatario, a fortiori, el único. La modalidad de presencia no será tampoco la de la esquiva, con un sujeto que se vive a sí mismo como siendo el objeto del Otro, sino la de paso a un lado, que permita, a la vez, tanto ocupar el lugar del Otro de la transferencia, como no alienar al analizante en un lazo de seducción y de exclusividad.

¡La última palabra!

En el siglo XXI, el desafío, esencial para el lugar del psicoanálisis según Lacan, sigue presente. Muchos sujetos psicóticos, ordinarios o no, dicen que esperan del psicoanalista -lo hemos precisado- una relación a la palabra en la cual puedan sostenerse, pues resulta deficiente tanto en ellos, como en los que eran sus interlocutores habituales: los psiquiatras.

Incluso si el sujeto psicótico se presenta con una certeza de saber, ocurre -es una de las razones por las que se dirige al analista- que está también interesado en descubrir alguna cosa sobre sí.

La certeza puede versar sobre un punto que le es singular y que habrá que respetar. Así pues, a su manera, el sujeto psicótico puede situarse en la transferencia en relación a una suposición de saber, digamos, fuera del punto de certeza.

El analista es, en cuanto a lo que constituye un punto de certeza y lo que se aproxima a él, no un supuesto saber, sino un supuesto interesarse por la singularidad de la experiencia vivida por el sujeto, incluso por las respuestas o las soluciones que ha podido encontrar. Así pues, en este tiempo de la transferencia con el sujeto psicótico, una certeza de saber -la del psicótico- se dirige a un sujeto supuesto interesarse -el analistax.

No obstante, como acabamos de indicar, eso no impide que, por otra parte, esta transferencia tan particular incluya una suposición de saber. Por eso hablamos de una clínica bajo transferencia, una clínica viva, evolutiva. No es, pues, una clínica de la observación, ni de la clasificación. Es una clínica que toma en cuenta la palabra de un sujeto con su subjetividad y que consigue traducir su singularidad en el lazo transferencial. Esta singularidad, que atañe al uno por uno de los analizantes, no se presta a la categorizaciónxi.

La singularidad del sujeto, en el uno por uno, no hace serie. Queda, entonces, dar todo su peso a esta aserción de Lacan: “Los sujetos de un tipo no tienen pues utilidad para los otros del mismo tipo”xii. En efecto, interesarse por los modos de goce, también por el anudamiento singular de cada sujeto, no se presta a ser retomado en una serie que justificaría una clasificación. Allí comprendemos sus consecuencias para el psicoanálisis y su praxis.

Cada anudamiento lleva la marca de la invención de aquel que, en el lugar del agujero dejado por el nudo que no es, no ha tenido otra elección más que la invención, por tosca o modesta que sea. No puede detenerse en este camino arduo, al no poder apoyarse en lo simbólico. Es lo que hace que estos sujetos sean muy lacanianos, sin saberlo, en el sentido del señor Jourdainxiii; porque, a la hora de enseñarnos un saber personalizado, no faltan ellos a la tarea. Es lo que pasa en el caso de un pintor que comparte su hallazgo: tiene a su disposición un ovillo de lana con hilos de diferentes colores. Lo ha, en sus propias palabras, “heredado” de sus padres, pero no le han dado “el manual de instrucciones”. Destaca que no tiene ninguna facilidad para anudarse a los otros. Ligarse, separarse no tienen sentido para él. Se siente constantemente reenviado a un vacío, un agujero, salvo en las sesiones donde encuentra que puede “sacar los hilos del ovillo y tejerlos, pero pueden separarse de nuevo…”. “¡Habría que trenzarlos!”, agrega. Quiere incluso dibujar estas trenzas, fijarlas bajo el trazo del lápiz. No puedo más que animarlo a ello. Él está ya “de fil en aiguille”xiv en la última enseñanza de Lacan, en la página 47 del Seminario 23, El Sinthome.

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A partir de la escritura de su tesis, el psicoanálisis le parecía a Lacan la única vía posible de tratamiento de las psicosis, aunque fuera en el horizontexv. Si bien el psicoanálisis parece ser la única solución para un número creciente de sujetos psicóticos, es también el punto donde se sitúa su mayor dificultad; y nos corresponde a nosotros encontrar la forma de renovar la práctica. A este respecto, tomamos en cuenta la advertencia de Lacan que subraya que “…un estancamiento de los resultados […] provocaría el decaimiento de la doctrina”xvi. Medimos también lo que fue su compromiso; y con este sintagma que construye, La Aimée [amada] de matesisxvii, Lacan recuerda, en 1976, al final de su enseñanza, lo que, en este encuentro, le impuso a Freud. Propondría leer La Aimée de matesis como un sintagma que sería el matema de la transferencia analista/analizante psicótico, cuando la orientación de la cura es la del anudamiento, la del psicoanálisis lacaniano.

La clínica que continúa a apasionarnos es la de los pequeños detalles, una clínica que toma en cuenta al parlêtre en el siglo XXI. Es una clínica bajo transferencia, la única que está viva y donde se atrapa lo que anima tanto al analizante como el deseo del psicoanalista. La única, también, que no apunta al ideal del todos iguales y que deja a cada uno la posibilidad de vivir su pizca de locura.

 

 

Traducción: Alín Salom

i Lacan, J., El Seminario, Libro 8, La transferencia. Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 84.

ii Cf. Lacan J., referencia al Discurso breve a los psiquiatras, Conferencia pronunciada el 10 de noviembre 1967 en el Hospital Sainte Anne de París.

iii Miller J.-A., Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 327.

iv Traducción literal de una expresión francesa que significa desconcertado.

v Miller, J.-A., «Persona», PrésentationsLa conversation de Paris, le 24 juin 2000, Institut du Champ freudien. Série des documents préparatoires, juin 2000, p. 50.

vi Ibid., p. 49.

vii Idem.

viii Idem.

ix Lacan J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. México, Siglo XXI, 2005, p. 193. En francés: à bâtons rompus.

x Briole, G., « À bâtons rompus », L’essai. Revue clinique annuelle. Département de psychanalyse, Université Paris VIII, n° 3, 2000, p. 6.

xi Cf. Briole G., “No clinicar”, Política, Letras lacanianas, Revista de psicoanálisis de la Comunidad de Madrid-ELP, 2016, n° 11, p. 42-44.

xii Lacan J., “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 584.

xiii Molière, Le Bourgeois gentilhomme, Acte II, scène IV. Paris, Gallimard, Folio classique, 2013, p. 74.

xiv Cf. Miller J.-A., « Notice de fil en aiguille » en francés, “Nota paso a paso” in : Lacan J., El Seminario, Libro VIII, La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 195-241.

xv Lacan J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, op. cit., p. 316.

xvi Ibid., p. 253.

xvii Lacan J., «Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI», Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 600. En francés mathèse, “mitesis”. Lacan juega también con mathèse, “mathème”, matema.