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La Desposada del Viento

Así llamaba Max Ernst (o Loplop) en esa singular intimidad que los unió, a Leonora Carrington, una artista inglesa exponente del surrealismo, cuya obra fue rescatada recientemente, pero cuyo inicio data de muchos años antes.

Ella, un caballo desbocado, a veces una hiena…Toda su obra está teñida por personajes fabulosos, una condensación de lo humano y lo animal que queda plasmado tanto en su obra pictórica como literaria.

“¿Quién es la desposada del viento?”-se pregunta Max Ernst.

Leonora nos deja en sus Memorias de Abajo[1] una especie de “rendición de cuentas tormentosa de su propio descenso a la locura” que escribe en cuatro días en el verano de 1943, tres años después de haber sido ingresada en un hospital en Santander, tras ser declarada “irremediablemente loca”, teniendo entonces 22 años.

¿Qué relata ella en sus Memorias? “(…) empecé hace una semana a reunir los hilos que pudieron llevarme a cruzar el umbral inicial del Conocimiento. Debo revivir toda esa experiencia porque (…) creo que me ayudará, en mi viaje, más allá de esa frontera, a conservarme lúcida y me permitirá ponerme y quitarme a voluntad la máscara que va a ser mi escudo contra la hostilidad del conformismo”. Así define la función que tiene en ella la escritura.

No es cualquiera el momento que ella elige como primer punto de su hilado, de su tejido; es el momento en el que llevan a Max Ernst, a su amado, a un campo de concentración, en mayo de 1940. En sus Memorias deja testimonio de una ruptura feroz a nivel de su cuerpo, sentimientos de disolución, fragmentación, descomposición, un empuje al Uno del Cosmos que la sitúa como indispensable para la constitución del Todo. Ella es la elegida para salvar al mundo de la guerra, una certeza que le costó varios años de encierros y de huidas. Una parte de su vida de la que rehúsa hablar en las entrevistas que le hacen una vez ya consagrada en México como “la última exponente del surrealismo”, o la “musa de los surrealistas”.

En 1993, dieciocho años antes de su muerte[2] sostiene que nunca comprendió muy bien “la idea de musa. Está basada en la divinidad griega, pero yo entiendo a las musas como señoras que se dedican a zurzir calcetines o a limpiar la cocina. ¿Quién fue la musa de Dostoievski? ¿Su epilepsia, acaso? Prefiero que me traten como lo que soy: una artista”.

¿Podemos pensar que fue La artista la invención de Leonora, frente a ese real que la deja sin máscaras?

Betina Ganim
Socia de la sede de Barcelona de la CdC de la ELP.

[1] CARRINGTON, L. La casa del Miedo. Memorias de abajo. Ed. Siglo XXI editores. Quinta reedición. México, 2015.

[2] http://elpais.com/diario/1993/04/18/cultura/735084001_850215.html