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Una nueva, refinada y aumentada potencia

“Lo propio del orden, allí donde hay un mínimo de él, es que no hemos de saborearlo, puesto que está establecido” (Otros escritos, p. 558). Tomaré esta frase de Televisión como pieza suelta de la que partir, porque Lacan contrapone aquí el orden -el edípico, el del significante- al goce, aquello que el significante no consigue marcar ni fijar. El goce es la antítesis del orden, y si el orden se articula con la falta, el goce está más bien del lado del agujero, como ha esclarecido Jacques-Alain Miller en su curso Iluminaciones profanas de 2005-2006. Sabemos qué puede suceder en la psicosis cuando el sujeto encuentra este vacío no delimitado por la falta: es el pasaje al acto, que puede llegar a las formas más extremas, las de destrucción del “mundo” (como sucede en las masacres indiscriminadas según el modelo Columbine) y de autodestrucción (la mort du sujet de la que habla Lacan). Sabemos, sin embargo, que en la psicosis, antes de que sea manifiesta, hay también modos diferentes de afrontar el problema. Incluso podemos considerar ciertas formas de psicosis como modalidades precisas de tratamiento del agujero. Los ejemplos canónicos son Joyce y Cantor. El primero realiza un tratamiento del agujero a través de la literatura, gracias a la cual se hace un nombre, el segundo lo realiza a través de la matemática, por medio de la cual, y aquí está su extraordinaria acrobacia, reconstruye un orden tras haber derribado la numerabilidad del infinito.

Si Joyce entrelaza las palabras en un desorden del sentido, que se reduce y se desvanece en extraordinarias concatenaciones verbales, Cantor reordena el infinito en un crescendo de infinitos en los que nada es todo, porque no hay término último. En cierto sentido, podríamos decir que Joyce y Cantor consiguen hacernos saborear un nuevo orden reconstruyéndolo con los medios del desorden. Todo delirio, en el fondo, es la reconstrucción de un orden del mundo a través del pasaje de su destrucción, pero es un orden fuera de discurso, en el que no logramos participar con nuestro “sentido común”. Joyce y Cantor, aún violando el sentido común, nos hacen entrar en su diferente orden por otras vías, que nos incluyen y que amplían así el espacio de nuestro pensamiento. Los grandes creadores saben llevar la invención psicótica a un nivel que, más que descarrilar fuera de discurso, eleva el discurso corriente a una nueva, refinada y aumentada potencia.

(Traducción: Silvia Grases)